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El 27 de febrero era el día que mi viejo creía que era su cumpleaños.
En mi viaje a Croacia, en 2022, descubrí que había nacido ese mismo mes pero el día 21, olvido que entiendo perfectamente, por dos razones:
La primera, sin temor a equivocarme, es que en su vida dura de Supetar, vida de campesino, los cumpleaños no se celebraban. De hecho, no recuerdo algún saludo a su hermano o a su cuñada por ese motivo. La intrascendencia, o pérdida de memoria, de estas fechas se confirma con lo que descubrí posteriormente: Mi abuela paterna, Giovanica Pjerotić, nació el mismo día que yo, un 9 de enero, misma fecha del nacimiento que la Tía Vinka, esposa del hermano de mi papá. Mi viejo nunca me comentó esta coincidencia, lo cual para mi es una evidencia de que no tenía una preocupación especial por estas fechas.
La segunda porque, a falta de celebraciones su fecha de nacimiento se desvaneció en el tiempo, debido a la rutina de los días reducidos, simplemente, a un conjunto de horas dedicadas al trabajo. En mi infancia, y hasta que salí de colegio, no recuerdo ninguna celebración de cumpleaños. Estos vinieron a mi vida, junto con mi señora. Ella fue quien institucionalizó celebrar regularmente todas las fechas emotivas.
Recuerdo que para los años nuevos, era típico que mi papá desapareciera tipo 8 de la noche, con la excusa de ir a dormir, apareciendo siempre justo para los abrazos, volviéndose inmediatamente a su dormitorio. Me imagino que esta fecha le recordaba su desarraigo, aquel vacío del abandono obligado de su tierra natal. Recuerdo a mi viejo, siempre despreocupado de cómo vestirse, con sus típicos suspensores y buscando soluciones prácticas a los problemas cotidianos. Él era un buscavida. Como muchos croatas trabajaba hasta tarde, en lo que le permitiera ganarse el sustento. En las horas de ocio se le veía entretenido en su cacharro o manipulando su elemento favorito, el cemento, para hacer todo tipo de arreglos. Este elemento era capaz de sorprender cuando era moldeado por sus grandes y rústicas manos de obrero.
Me acuerdo, que cuando la Chevrolet 1951 presentó una severa corrosión en unos de sus tapabarros traseros, ante la imposbilidad de que se lo repararan en un taller, se las arregló para hacerlo usando una malla de gallinero, un poco de cemento y pintura, arreglo que duró para siempre. Como muchos croatas mi viejo no era una persona de piel. Él mostraba su amor con otros detalles en el día a día. La generosidad, la solidaridad y el carácter sociable lo vi en muchos paisanos croatas que llegaron a este país y que estaban marcados por el desarraigo y la vida dedicada al sustento de sus familias.
Su carácter sociable contrastaba con lo reservado que era en cuanto a su vida en Croacia. De hecho, en su única distracción dominical, la visita al club yugoslavo donde se reunía con los paisanos, nunca escuché a uno de ellos hablar de su tierra natal. Me imagino que era un mecanismo de defensa para no transitar por los senderos de recuerdos que llevan en su origen la nostalgia y el dolor de lo que ya no es. En nuestro viaje a Croacia, logré sentir la presencia de nuestros antepasados en todos aquellos rincones de piedras inmutables al paso del tiempo. Logré transitar algunos de los senderos retenidos en la memoria de mi viejo y ocultos a nuestros corazones.
Descubrí que mi abuelo murió cuando mi padre tenía 7 años, que su familia estaba constituida por 9 hermanos, tres de ellos fallecidos antes de los tres años. La hermana menor, Stefanía, murió a los 24 años y, de la impresión, mi abuela murió el mismo día. Por otra parte, en la familia de mi abuela, varios de sus hermanos también murieron muy jóvenes. Este tipo de tragedia se repetía en todas las familias de aquella época. La emigración de mi padre a Chile fue la búsqueda de un sueño simple: vencer la pobreza. Este estigma aumentó por una enfermedad que atacó a las plantaciones de olivos y viñedos, los únicos sustentos de la isla Brač la que generó una ola de emigración y la mayoría eligió como destino a nuestro país.
En mi viaje a Croacia, en 2022, descubrí que había nacido ese mismo mes pero el día 21, olvido que entiendo perfectamente, por dos razones:
La primera, sin temor a equivocarme, es que en su vida dura de Supetar, vida de campesino, los cumpleaños no se celebraban. De hecho, no recuerdo algún saludo a su hermano o a su cuñada por ese motivo. La intrascendencia, o pérdida de memoria, de estas fechas se confirma con lo que descubrí posteriormente: Mi abuela paterna, Giovanica Pjerotić, nació el mismo día que yo, un 9 de enero, misma fecha del nacimiento que la Tía Vinka, esposa del hermano de mi papá. Mi viejo nunca me comentó esta coincidencia, lo cual para mi es una evidencia de que no tenía una preocupación especial por estas fechas.
La segunda porque, a falta de celebraciones su fecha de nacimiento se desvaneció en el tiempo, debido a la rutina de los días reducidos, simplemente, a un conjunto de horas dedicadas al trabajo. En mi infancia, y hasta que salí de colegio, no recuerdo ninguna celebración de cumpleaños. Estos vinieron a mi vida, junto con mi señora. Ella fue quien institucionalizó celebrar regularmente todas las fechas emotivas.
Recuerdo que para los años nuevos, era típico que mi papá desapareciera tipo 8 de la noche, con la excusa de ir a dormir, apareciendo siempre justo para los abrazos, volviéndose inmediatamente a su dormitorio. Me imagino que esta fecha le recordaba su desarraigo, aquel vacío del abandono obligado de su tierra natal. Recuerdo a mi viejo, siempre despreocupado de cómo vestirse, con sus típicos suspensores y buscando soluciones prácticas a los problemas cotidianos. Él era un buscavida. Como muchos croatas trabajaba hasta tarde, en lo que le permitiera ganarse el sustento. En las horas de ocio se le veía entretenido en su cacharro o manipulando su elemento favorito, el cemento, para hacer todo tipo de arreglos. Este elemento era capaz de sorprender cuando era moldeado por sus grandes y rústicas manos de obrero.
Me acuerdo, que cuando la Chevrolet 1951 presentó una severa corrosión en unos de sus tapabarros traseros, ante la imposbilidad de que se lo repararan en un taller, se las arregló para hacerlo usando una malla de gallinero, un poco de cemento y pintura, arreglo que duró para siempre. Como muchos croatas mi viejo no era una persona de piel. Él mostraba su amor con otros detalles en el día a día. La generosidad, la solidaridad y el carácter sociable lo vi en muchos paisanos croatas que llegaron a este país y que estaban marcados por el desarraigo y la vida dedicada al sustento de sus familias.
Su carácter sociable contrastaba con lo reservado que era en cuanto a su vida en Croacia. De hecho, en su única distracción dominical, la visita al club yugoslavo donde se reunía con los paisanos, nunca escuché a uno de ellos hablar de su tierra natal. Me imagino que era un mecanismo de defensa para no transitar por los senderos de recuerdos que llevan en su origen la nostalgia y el dolor de lo que ya no es. En nuestro viaje a Croacia, logré sentir la presencia de nuestros antepasados en todos aquellos rincones de piedras inmutables al paso del tiempo. Logré transitar algunos de los senderos retenidos en la memoria de mi viejo y ocultos a nuestros corazones.
Descubrí que mi abuelo murió cuando mi padre tenía 7 años, que su familia estaba constituida por 9 hermanos, tres de ellos fallecidos antes de los tres años. La hermana menor, Stefanía, murió a los 24 años y, de la impresión, mi abuela murió el mismo día. Por otra parte, en la familia de mi abuela, varios de sus hermanos también murieron muy jóvenes. Este tipo de tragedia se repetía en todas las familias de aquella época. La emigración de mi padre a Chile fue la búsqueda de un sueño simple: vencer la pobreza. Este estigma aumentó por una enfermedad que atacó a las plantaciones de olivos y viñedos, los únicos sustentos de la isla Brač la que generó una ola de emigración y la mayoría eligió como destino a nuestro país.
Cumpliendo una promesa hecha a mis hijos Janina y Danilo Iván de ir a conocer sus raíces, decidí viajar, a fin de julio 2024, con ellos y mi compañera Verónica a Croacia incluyendo a Italia.
A pesar del consejo de amigos y familiares de no viajar en el verano europeo por los excesivos calores de este año, las aglomeraciones y los altos precios propios de la temporada alta, no tuve otra opción que decidirme a hacerlo ya que se daba el hecho poco frecuente de que Janina y Danilo I. coincidían en sus días de vacaciones. Por otra parte, ya a mis 80, en relativamente buen estado físico, podría soportar las largas caminatas propias de un viaje de estas características y también el calor, lo que no estaría garantizado para años próximos. El viaje planeado era llegar a Roma, pasar a Dubrovnik para seguir a Pelješac, Brač, Split, Zadar y Rovinj desde donde cruzar a Venecia, visitar Padua, Florencia, Roma y regresar desde ahí a Santiago.
Una vez comprado los pasajes, con fecha de ida el 27 de julio y retorno el 20 de agosto, durante un mes me dediqué a reservar departamentos en todos los lugares que pernoctaríamos, alternativa siempre más conveniente que alojar 4 personas en dos habitaciones en hoteles. También reservé el arriendo de un auto para realizar todo el recorrido en Croacia sin depender de buses o taxis. Nuestro tour comenzó en Dubrovnik, (5 días), con un recorrido de la ciudadela, un paseo en barco alrededor de la isla de Lokrum y un encuentro ahí con un primer pariente, Lukša Kalafatović, hijo de un sobrino, Nikola.
Seguimos a la península de Pelješac, desde donde, por Orebić, cruzamos a la isla de Korčula, (3 días), la ciudad más bella del viaje según mis hijos y Verónica, que también recorrimos y nos reunimos allí con Nikola y su esposa Nanda.
De regreso a Pelješac, hicimos una parada en Janjina, pueblo de donde era mi padre en el que nos juntamos con dos primos, Nada e Ivo, fuimos a ver la casa donde nació mi padre y también al cementerio.
Continuamos a la ciudad de Makarska, para cruzar en ferry hacia Sumartin, Isla de Brač, alojar en Bol (3 días) donde no pudimos dejar de ir a la famosa Zlatni Rat y terminamos visitando Pučišće y Postire, pueblos de mis abuelos maternos, la nona Frane y el nono Gero, respectivamente.
De Brač, por Supetar cruzamos en ferry hacia Split (2 días), recorriéndolo, desde donde fuimos por el día al hermoso Trogir.
Desde Split seguimos a Zadar (1 día), yendo al atardecer al órgano marino, para finalizar en Rovinj (2 días) ciudad ya con bastante influencia italiana. Describir la emoción de encontrarse con familiares, (yo hacía 38 años que no iba a Croacia), lo bello, lo histórico de los lugares visitados, resulta prácticamente imposible; es algo que solo se vive. Destacable además de Croacia, como descendiente de croata, la sensación de sentirse como en casa, la seguridad que se experimenta, lo puro y cálido de su mar, el apreciar la belleza de sus mujeres, (casi todas “de pasarela”) según Verónica, entre tantas cosas más.
Y algo que me agradó fue que mi croata, aprendido en la casa paterna, al parecer bastante bueno para quienes me escuchaban hablarlo, me sirvió mucho para comunicarme en Croacia, sobre todo con personas de más edad que, a diferencia de la juventud, muy pocas dominan el inglés. A Venecia cruzamos en ferry desde Rovinj desde donde, en tren, seguimos a Padua donde alojamos (2 días), pudimos visitar la famosa basílica de San Antonio, santo preferido de mi padre, y desde allí volver a Venecia, recorrerla y hasta tomar la típica góndola para recorrer sus canales. De Padua, siempre en tren, seguimos a Florencia, (3 días), incluida especialmente en el tour de Italia por Janina y Danilo I, ambos artistas, que se deleitaron frente a tanta belleza, escultórica, pictórica y arquitectónica. De Florencia, también en tren, llegamos a Roma, (3 días), destino final de nuestro viaje que incluyó el Vaticano.
Lo bello de las ciudades visitadas en Italia también casi imposible de describir, solo hay que vivirlo. En resumen, un viaje quizás un poco agotador por todo lo que quisimos abarcar, a veces con algunos contratiempos o pequeñas discusiones propias de convivir 4 personas durante 23 días pero de un excelente balance final que, por lo mismo, nunca olvidaremos.
A pesar del consejo de amigos y familiares de no viajar en el verano europeo por los excesivos calores de este año, las aglomeraciones y los altos precios propios de la temporada alta, no tuve otra opción que decidirme a hacerlo ya que se daba el hecho poco frecuente de que Janina y Danilo I. coincidían en sus días de vacaciones. Por otra parte, ya a mis 80, en relativamente buen estado físico, podría soportar las largas caminatas propias de un viaje de estas características y también el calor, lo que no estaría garantizado para años próximos. El viaje planeado era llegar a Roma, pasar a Dubrovnik para seguir a Pelješac, Brač, Split, Zadar y Rovinj desde donde cruzar a Venecia, visitar Padua, Florencia, Roma y regresar desde ahí a Santiago.
Una vez comprado los pasajes, con fecha de ida el 27 de julio y retorno el 20 de agosto, durante un mes me dediqué a reservar departamentos en todos los lugares que pernoctaríamos, alternativa siempre más conveniente que alojar 4 personas en dos habitaciones en hoteles. También reservé el arriendo de un auto para realizar todo el recorrido en Croacia sin depender de buses o taxis. Nuestro tour comenzó en Dubrovnik, (5 días), con un recorrido de la ciudadela, un paseo en barco alrededor de la isla de Lokrum y un encuentro ahí con un primer pariente, Lukša Kalafatović, hijo de un sobrino, Nikola.
Seguimos a la península de Pelješac, desde donde, por Orebić, cruzamos a la isla de Korčula, (3 días), la ciudad más bella del viaje según mis hijos y Verónica, que también recorrimos y nos reunimos allí con Nikola y su esposa Nanda.
De regreso a Pelješac, hicimos una parada en Janjina, pueblo de donde era mi padre en el que nos juntamos con dos primos, Nada e Ivo, fuimos a ver la casa donde nació mi padre y también al cementerio.
Continuamos a la ciudad de Makarska, para cruzar en ferry hacia Sumartin, Isla de Brač, alojar en Bol (3 días) donde no pudimos dejar de ir a la famosa Zlatni Rat y terminamos visitando Pučišće y Postire, pueblos de mis abuelos maternos, la nona Frane y el nono Gero, respectivamente.
De Brač, por Supetar cruzamos en ferry hacia Split (2 días), recorriéndolo, desde donde fuimos por el día al hermoso Trogir.
Desde Split seguimos a Zadar (1 día), yendo al atardecer al órgano marino, para finalizar en Rovinj (2 días) ciudad ya con bastante influencia italiana. Describir la emoción de encontrarse con familiares, (yo hacía 38 años que no iba a Croacia), lo bello, lo histórico de los lugares visitados, resulta prácticamente imposible; es algo que solo se vive. Destacable además de Croacia, como descendiente de croata, la sensación de sentirse como en casa, la seguridad que se experimenta, lo puro y cálido de su mar, el apreciar la belleza de sus mujeres, (casi todas “de pasarela”) según Verónica, entre tantas cosas más.
Y algo que me agradó fue que mi croata, aprendido en la casa paterna, al parecer bastante bueno para quienes me escuchaban hablarlo, me sirvió mucho para comunicarme en Croacia, sobre todo con personas de más edad que, a diferencia de la juventud, muy pocas dominan el inglés. A Venecia cruzamos en ferry desde Rovinj desde donde, en tren, seguimos a Padua donde alojamos (2 días), pudimos visitar la famosa basílica de San Antonio, santo preferido de mi padre, y desde allí volver a Venecia, recorrerla y hasta tomar la típica góndola para recorrer sus canales. De Padua, siempre en tren, seguimos a Florencia, (3 días), incluida especialmente en el tour de Italia por Janina y Danilo I, ambos artistas, que se deleitaron frente a tanta belleza, escultórica, pictórica y arquitectónica. De Florencia, también en tren, llegamos a Roma, (3 días), destino final de nuestro viaje que incluyó el Vaticano.
Lo bello de las ciudades visitadas en Italia también casi imposible de describir, solo hay que vivirlo. En resumen, un viaje quizás un poco agotador por todo lo que quisimos abarcar, a veces con algunos contratiempos o pequeñas discusiones propias de convivir 4 personas durante 23 días pero de un excelente balance final que, por lo mismo, nunca olvidaremos.
De nuestro viaje a Croacia, que hicimos con la familia en el año 2022, puedo decir que fue de ensueño. Además, de ver lo hermoso del país, también nos permitió sentir la presencia de nuestros antepasados, en aquellos rincones que han estado inmutables al paso del tiempo.
Uno de nuestros objetivos del viaje era saber si teníamos algún pariente Beović en Supetar. No obstante, tenía poca esperanza ya que mis dos primos hermanos, con los cuales tenía contacto, me señalaban que no teníamos parientes en la isla. Si había un Beović, estaban seguros no tenía ninguna relación con nosotros. Me costaba creer esta afirmación considerando lo pequeño que era el pueblo y la baja población en el período en que vivió mi viejo. Para mí no podía haber solo una coincidencia de apellidos. Lo cierto es que la búsqueda de un pariente en Brač, para conocer en parte como era la vida en aquella época, se resumía a la ubicación de una dirección indicada en una carta escrita por Petar y Zorka Beović, carta que había encontrado en medio de un conjunto de fotos atesoradas por mi mamá. En una de las caminatas, logramos dar con la dirección de la carta. La casa estaba vacía y, de acuerdo a los vecinos, el dueño la utilizaba sólo cuando venía de vacaciones ya que vivía en Inglaterra. Ante esta frustración, decidimos escribir una carta de presentación familiar, indicando dirección y teléfonos, que deslizamos por debajo de la puerta de entrada a la que, en dos años, no tuvimos respuesta.
Una tarde, de regreso de nuestra caminata emocional en Supetar, nos encontramos con la novedad de que la dueña del departamento que arrendábamosnos estaba esperando en la entrada, junto a una señora.
"Me dijo... te presento a Katja Beović". ¿Alcance de apellido? ¿En un pueblo chico, donde nació mi viejo, me pregunté?. Ella tenía un aspecto ya mayor, de unos 85 años. En nuestra conversación me comentó que su papá, Ivo, había muerto cuando ella tenía sólo dos años. A mi consulta por el nombre sus ancestros, me dijo que no recordaba el nombre de sus abuelos, por lo cual no podíamos descubrir si estábamos relacionados. Sí me señaló que tenía parientes en Chile, por el lado de su mamá, Elena Karsulović. Además, me indicó los nombres de dos hermanos de su papá que yo escribí en una libreta. Después de una grata pero corta conversación, marcada por la dificultad del idioma, una mezcla de palabras pronunciadas en inglés e italiano, nos despedimos con una sonrisa de frustración, sin saber si existía algún lazo de sangre entre nosotros. Cuando llegué a Santiago, dediqué bastante tiempo en establecer las conexiones de los Beović a partir los registros de nuestros ancestros que disponía. Me costó bastante, ya que todo estaba en croata, con letra manuscrita y la información bien dispersa.
Tiempo después de lo anterior, me acorde de Katja y amplié la revisión de la información para ver si su papá aparecía en los registros.
En esta comprobación encontré un Giovanni Beović que estaba casado con Elena Karsulović. Esta pareja había tenido una hija llamada Kalija. Cuando verifiqué la fecha de defunción... sorpresa … encontré que Giovanni había partido de este mundo a los dos años de nacida la hija. Es decir, en los registros Katja estaba inscrita con el nombre de Kalija y su padre Ivo estaba bajo el nombre de Giovanni. Además, tiempo después me acordé de que había registrado los nombres de sus tíos. Fui en busca de la libreta de notas y descubrí que había escrito Petar y Zorka. Todo coincidía, éramos parientes. Su abuelo era Giorgio Beović Jakšić, hermano de mi abuelo Giovanni Doménica. El papá de Kalija era primo hermano de mi viejo. A la fecha no he podido contactarme con ella para comentarle sobre nuestro parentesco. Cuánta historia olvidada sobre nuestros ancestros, no sólo es una historia perdida para nosotros, los descendientes de los emigrantes, sino que también para los que quedaron en la isla.
Claro que los orígenes y explicación de tal desconocimiento de las raíces son diferentes. Para nosotros, el olvido es consecuencia del hermetismo como medio de autodefensa a las emociones de nostalgia de nuestros padres y ,también, de nuestro el pecado juvenil de vivir solo el presente y no disponer el tiempo para escuchar sus historias. Los descendientes, en Croacia, no tienen ningún sentimiento heredado de desarraigo ni nada que se le asocie. Ellos viven su vida sin ningún conflicto ni necesidad de conocer la historia de la familia.
Uno de nuestros objetivos del viaje era saber si teníamos algún pariente Beović en Supetar. No obstante, tenía poca esperanza ya que mis dos primos hermanos, con los cuales tenía contacto, me señalaban que no teníamos parientes en la isla. Si había un Beović, estaban seguros no tenía ninguna relación con nosotros. Me costaba creer esta afirmación considerando lo pequeño que era el pueblo y la baja población en el período en que vivió mi viejo. Para mí no podía haber solo una coincidencia de apellidos. Lo cierto es que la búsqueda de un pariente en Brač, para conocer en parte como era la vida en aquella época, se resumía a la ubicación de una dirección indicada en una carta escrita por Petar y Zorka Beović, carta que había encontrado en medio de un conjunto de fotos atesoradas por mi mamá. En una de las caminatas, logramos dar con la dirección de la carta. La casa estaba vacía y, de acuerdo a los vecinos, el dueño la utilizaba sólo cuando venía de vacaciones ya que vivía en Inglaterra. Ante esta frustración, decidimos escribir una carta de presentación familiar, indicando dirección y teléfonos, que deslizamos por debajo de la puerta de entrada a la que, en dos años, no tuvimos respuesta.
Una tarde, de regreso de nuestra caminata emocional en Supetar, nos encontramos con la novedad de que la dueña del departamento que arrendábamosnos estaba esperando en la entrada, junto a una señora.
"Me dijo... te presento a Katja Beović". ¿Alcance de apellido? ¿En un pueblo chico, donde nació mi viejo, me pregunté?. Ella tenía un aspecto ya mayor, de unos 85 años. En nuestra conversación me comentó que su papá, Ivo, había muerto cuando ella tenía sólo dos años. A mi consulta por el nombre sus ancestros, me dijo que no recordaba el nombre de sus abuelos, por lo cual no podíamos descubrir si estábamos relacionados. Sí me señaló que tenía parientes en Chile, por el lado de su mamá, Elena Karsulović. Además, me indicó los nombres de dos hermanos de su papá que yo escribí en una libreta. Después de una grata pero corta conversación, marcada por la dificultad del idioma, una mezcla de palabras pronunciadas en inglés e italiano, nos despedimos con una sonrisa de frustración, sin saber si existía algún lazo de sangre entre nosotros. Cuando llegué a Santiago, dediqué bastante tiempo en establecer las conexiones de los Beović a partir los registros de nuestros ancestros que disponía. Me costó bastante, ya que todo estaba en croata, con letra manuscrita y la información bien dispersa.
Tiempo después de lo anterior, me acorde de Katja y amplié la revisión de la información para ver si su papá aparecía en los registros.
En esta comprobación encontré un Giovanni Beović que estaba casado con Elena Karsulović. Esta pareja había tenido una hija llamada Kalija. Cuando verifiqué la fecha de defunción... sorpresa … encontré que Giovanni había partido de este mundo a los dos años de nacida la hija. Es decir, en los registros Katja estaba inscrita con el nombre de Kalija y su padre Ivo estaba bajo el nombre de Giovanni. Además, tiempo después me acordé de que había registrado los nombres de sus tíos. Fui en busca de la libreta de notas y descubrí que había escrito Petar y Zorka. Todo coincidía, éramos parientes. Su abuelo era Giorgio Beović Jakšić, hermano de mi abuelo Giovanni Doménica. El papá de Kalija era primo hermano de mi viejo. A la fecha no he podido contactarme con ella para comentarle sobre nuestro parentesco. Cuánta historia olvidada sobre nuestros ancestros, no sólo es una historia perdida para nosotros, los descendientes de los emigrantes, sino que también para los que quedaron en la isla.
Claro que los orígenes y explicación de tal desconocimiento de las raíces son diferentes. Para nosotros, el olvido es consecuencia del hermetismo como medio de autodefensa a las emociones de nostalgia de nuestros padres y ,también, de nuestro el pecado juvenil de vivir solo el presente y no disponer el tiempo para escuchar sus historias. Los descendientes, en Croacia, no tienen ningún sentimiento heredado de desarraigo ni nada que se le asocie. Ellos viven su vida sin ningún conflicto ni necesidad de conocer la historia de la familia.
Uno de los pocos recuerdos que mi viejo me transmitió fue que se vino a Chile, por los años 20, cuando tenía 13 años.
Mi abuela Giovannica Pjerotić, ya viuda, lo fue a dejar a un puerto en Italia para que tomara un barco con destino a Sudamérica. Ella eligió, en el mismo puerto, a una familia que tuviera hijos para que lo cuidaran en la travesía de aproximadamente 1 mes. La familia elegida se desembarcaría en Panamá por lo cual todo el trayecto de Panamá a Chile fue sin supervisión. Uno de los pocos recuerdos que mi viejo me transmitió fue que de su infancia en Supetar mantenía en su memoria el sabor de la uva de la parra que tenía en su casa. Esto debe ser la razón del por qué en nuestra casa en Chile teníamos varios parrones; me imagino que era su forma de estar más cerca de su tierra y su familia.
Me acuerdo de que se enojaba muchísimo si alguien le sacaba un gajo de uva a un racimo. Uno tenía que sacar el racimo completo o nada.
Me imagino que esta regla emanaba de las horas que le dedicaba a limpiar los racimos, uno por uno. Se preocupaba mucho de la presentación del racimo, no sólo iba eliminando los gajos faltantes, con su típica tijera de podar y su paciencia de campesino, sino que armaba una verdadera obra de arte, que consistía en un conjunto de racimos dispuestos en su rama original, que luego yo, entre hojas, racimos y ramas, tenía la tarea de repartir por el vecindario. Una vez me comentó que, en una estación de tren en Francia, camino a Yugoslavia junto a mi mamá, en busca de su reencuentro con su tierra, le gritaron don Jorge. Cuando se dio vuelta vio que era el hijo de un vecino que había emigrado de Chile. Él le contó que entre sus recuerdos de infancia estaban los racimos de uva del parrón de nuestra casa.
Ahora, en parte, yo mantengo su tradición, con las mismas parras, pero con la salvedad de que mi paciencia no me permite armar obras de arte, tan sólo limpio los racimos que luego regalo a los vecinos más cercanos. En el año 2001 fui por primera vez a visitar a mis parientes en Croacia con motivo de la repatriación de los restos de mi tío Petar Prugo, esposo de mi tía Maria, hermana de mi padre, para que descansara junto a ella.
En esa oportunidad, mi prima Zsenija Prugo Beović y Mladenka, la esposa de mi primo Ivo Velsic Beović, me contaron una vivencia de mi viejo cuando estuvo en Croacia allá por el año 1978 en que fue a visitar la que fuera su casa en Supetar.
Allí entre lo que quedaba de ella se acercó al aun existente parrón, cogió un racimo y comió sólo una uva, amarga de tiempo y nostalgia, cayendo en un llanto desconsolado.
Debió ser ser demasiado duro recordar en un gajo de uva todas las vidas ausentes y los tiempos difíciles que le tocó vivir como lo fueron siendo solo un niño al dejar a toda su familia y venirse solo a un país desconocido. Hoy siento la necesidad de descubrir su historia pero lamentablemente ya partieron todos y, los que quedamos, no la conocemos en absoluto. En palabras de Borges, todos se convirtieron en el olvido que seremos.
Mi abuela Giovannica Pjerotić, ya viuda, lo fue a dejar a un puerto en Italia para que tomara un barco con destino a Sudamérica. Ella eligió, en el mismo puerto, a una familia que tuviera hijos para que lo cuidaran en la travesía de aproximadamente 1 mes. La familia elegida se desembarcaría en Panamá por lo cual todo el trayecto de Panamá a Chile fue sin supervisión. Uno de los pocos recuerdos que mi viejo me transmitió fue que de su infancia en Supetar mantenía en su memoria el sabor de la uva de la parra que tenía en su casa. Esto debe ser la razón del por qué en nuestra casa en Chile teníamos varios parrones; me imagino que era su forma de estar más cerca de su tierra y su familia.
Me acuerdo de que se enojaba muchísimo si alguien le sacaba un gajo de uva a un racimo. Uno tenía que sacar el racimo completo o nada.
Me imagino que esta regla emanaba de las horas que le dedicaba a limpiar los racimos, uno por uno. Se preocupaba mucho de la presentación del racimo, no sólo iba eliminando los gajos faltantes, con su típica tijera de podar y su paciencia de campesino, sino que armaba una verdadera obra de arte, que consistía en un conjunto de racimos dispuestos en su rama original, que luego yo, entre hojas, racimos y ramas, tenía la tarea de repartir por el vecindario. Una vez me comentó que, en una estación de tren en Francia, camino a Yugoslavia junto a mi mamá, en busca de su reencuentro con su tierra, le gritaron don Jorge. Cuando se dio vuelta vio que era el hijo de un vecino que había emigrado de Chile. Él le contó que entre sus recuerdos de infancia estaban los racimos de uva del parrón de nuestra casa.
Ahora, en parte, yo mantengo su tradición, con las mismas parras, pero con la salvedad de que mi paciencia no me permite armar obras de arte, tan sólo limpio los racimos que luego regalo a los vecinos más cercanos. En el año 2001 fui por primera vez a visitar a mis parientes en Croacia con motivo de la repatriación de los restos de mi tío Petar Prugo, esposo de mi tía Maria, hermana de mi padre, para que descansara junto a ella.
En esa oportunidad, mi prima Zsenija Prugo Beović y Mladenka, la esposa de mi primo Ivo Velsic Beović, me contaron una vivencia de mi viejo cuando estuvo en Croacia allá por el año 1978 en que fue a visitar la que fuera su casa en Supetar.
Allí entre lo que quedaba de ella se acercó al aun existente parrón, cogió un racimo y comió sólo una uva, amarga de tiempo y nostalgia, cayendo en un llanto desconsolado.
Debió ser ser demasiado duro recordar en un gajo de uva todas las vidas ausentes y los tiempos difíciles que le tocó vivir como lo fueron siendo solo un niño al dejar a toda su familia y venirse solo a un país desconocido. Hoy siento la necesidad de descubrir su historia pero lamentablemente ya partieron todos y, los que quedamos, no la conocemos en absoluto. En palabras de Borges, todos se convirtieron en el olvido que seremos.
Enviado .
Me encuentro con Patricia, mi Sra., en Croacia, isla de Korčula, donde estamos visitando a nuestra hija Pamela y yerno Pavo Nadilo, que viven en la isla y, el 1 de Julio, concurrí con ellos a una exposición de un gran artista croata de la misma isla, FRANE FRANULOVIĆ LUKRIĆ, muy amigo de Pavo y Pamela.
Ese día don Frane comemoró sus 50 años de artista, inaugurando una exposición de sus obras en la galería Natasa Citinić, en la localidad de Blato de la isla y me entregó, como regalo para el Estadio Croata, el libro de su exposición y una de sus obras, lo que haré llegar al mismo Estadio a mi regreso a Chile. A manera de una corta reseña, FRANE FRANULOVIĆ LUKRIĆ nace en el año 1955 en la ciudad de Split donde cursa su enseñanza básica y termina sus estudios en la Escuela de Arte de esa ciudad, a fines del año 1972, con su primera exposición en la localidad de Kastela.
Hasta ahora, ha tenido más de 35 exposiciones entre Croacia, países de Europa y Australia. Desde el año 1976 vive en Prizba (Blato).
Sus obras están basadas en objetos que han sido recogidos del mar y playas, como algas, conchas, arena, mallas de pesca y de la naturaleza, como ramas, hojas secas, raíces de cactus y otros elementos como ventanas y puertas de madera antiguas.
Ese día don Frane comemoró sus 50 años de artista, inaugurando una exposición de sus obras en la galería Natasa Citinić, en la localidad de Blato de la isla y me entregó, como regalo para el Estadio Croata, el libro de su exposición y una de sus obras, lo que haré llegar al mismo Estadio a mi regreso a Chile. A manera de una corta reseña, FRANE FRANULOVIĆ LUKRIĆ nace en el año 1955 en la ciudad de Split donde cursa su enseñanza básica y termina sus estudios en la Escuela de Arte de esa ciudad, a fines del año 1972, con su primera exposición en la localidad de Kastela.
Hasta ahora, ha tenido más de 35 exposiciones entre Croacia, países de Europa y Australia. Desde el año 1976 vive en Prizba (Blato).
Sus obras están basadas en objetos que han sido recogidos del mar y playas, como algas, conchas, arena, mallas de pesca y de la naturaleza, como ramas, hojas secas, raíces de cactus y otros elementos como ventanas y puertas de madera antiguas.
¿Quién, de los puntarenenses más maduros, no recordará a Natalio, ese simpático personaje, descendiente de croatas, que iba a todos los funerales que se realizaban de Punta Arenas?.
El otoño tiene cierta familiaridad con la Muerte: se le adivina en el lento caer de las hojas y en la tristeza de nuestros mejores amigos. Tiene algo el Otoño, un extraño secreto que sólo resuelven aquellos a quienes ampara en su aureola pertinaz, sugerente y neblinosa, estimada y melancólica. En uno de esos días sugerentes de nostalgia ha muerto Natalio. Yo lo conocía solamente por Natalio. Nunca la curiosidad me tentó en el sentido de averiguar el nombre completo de Natalio.
Para mí, para Ud., y para todos los habitantes de Punta Arenas. NATALIO KRAGIC JURGEVIC, era simple, solemne y fraternalmente Natalio. De improviso, un amigo me dice : Murió Natalio... No pensé en nadie más que en el genuino Natalio de Punta Arenas, y a tal idea asocié la figura de este hombre humilde que ya se ha ido para siempre.
Me remonto a muchos años atrás; escarbando en el tiempo le veo caminar por calle Borles con su porte distinguido - ¡Que si lo tenía! - empuñando un báculo del mundo desconocido para nosotros. ¡Cuántas veces me crucé con él por estas heladas calles de la ciudad! Una, cien,mil, no sé. Pero lo escucho aún en sus palabras hilvanadas en sordina con su propia heredad humana.
Allí va, atravesando la calle, con sus zapatillas blancas como para que su presencia fuera menos notada. Tal vez era un tierno amigo del silencio. Aquí enarbola su báculo como haciéndole frente a invisibles molinos de viento como ese otro descubridor de maravillas que fue Don Qujote de la Mancha. ¡Dejémosle pasar, dejémosle con sus angustias y con sus alegrías! No dejaré de pensar en este hombre enriquecido de ternura acompañando al Camposanto a todos aquellos que ya cumplieron en vida con su cuota de abnegación y de trabajo; allí iba él rindiendo su homenaje postrer, ordenando silencios, enarbolando proclamas y abriendo el corazón para que una lágrima cayera con toda la salobre epopeya del llanto. Me imagino a Natalio, aún con su jockey avizor de horizontes, al mando de todo un batallón de hombres, mujeres y niños, recto, sublime, sintiendo al que se iba como si fuera algo de su propio mundo soledoso y doloroso. Ayer fue él el despedido. Yo sé que mucha gente concurrió a dejarlo. Sé que, desde el más humilde obrero hasta el más acaudalado comerciante, agradecieron en Natalio tan valioso ejemplo que él sembrara en virtud de quien sabe qué misterioso designio. Con Natalio se ha ido un personaje pintoresco de Punta Arenas. Entiendo que desde hoy en adelante echaremos de menos su estampa de conductor de sepelios. Más de alguien, más de algún anónimo pasajero de estas tierras siente hoy con la muerte de Natalio como algo de la muerte de un familiar cercano. Quizá en cuántas y tantas veces fue este hombre el único deudo de un cadáver desconocido. Pero allí estaba él, abriéndole calle con sus voces y sus gestos. Con Natalio se ha ido algo esencial y característico de Punta Arenas. ¿ Y por qué no decirlo? También se ha ido algo de nosotros mismos... (Marino Muñoz Lagos, La Prensa Austral, Punta Arenas, 12- Abril de 1958). Nota : Otros autores refirieron que escasas personas concurrieron a su sepelio, verificando unos versos dedicados que decían:" Cuando finó este gran seglar, poca gente viva fue a su entierro, pero debió acompañarle una columna, interminable, formada por las almas de sus queridos muertos". Usaba un largo abrigo, en la cabeza una gorra tipo jockey y zapatillas de goma, por este motivo, al que usaba este tipo de calzado le llamaban igualmente "Natalio"...
Natalio Kragic Jurjevic falleció en Punta Arenas a los 60 años, un jueves 10 de abril de 1958, sus padres fueron Mariano Kragic Marinic (+28-IX-1940) y Antonia Jurjevic de Kragic (+ 17-XII-1930), hermanos: Antonio, Bozo y Vinka, nacidos en Split.
Sus restos mortales se encuentran reunidos en una tumba en el Cementerio Municipal "Sara Braun" de Punta Arenas, ubicada en las siguientes coordenadas : Sector Sur, Cuartel 3, Línea 5, N'18 de Sepultura.
Allí va, atravesando la calle, con sus zapatillas blancas como para que su presencia fuera menos notada. Tal vez era un tierno amigo del silencio. Aquí enarbola su báculo como haciéndole frente a invisibles molinos de viento como ese otro descubridor de maravillas que fue Don Qujote de la Mancha. ¡Dejémosle pasar, dejémosle con sus angustias y con sus alegrías! No dejaré de pensar en este hombre enriquecido de ternura acompañando al Camposanto a todos aquellos que ya cumplieron en vida con su cuota de abnegación y de trabajo; allí iba él rindiendo su homenaje postrer, ordenando silencios, enarbolando proclamas y abriendo el corazón para que una lágrima cayera con toda la salobre epopeya del llanto. Me imagino a Natalio, aún con su jockey avizor de horizontes, al mando de todo un batallón de hombres, mujeres y niños, recto, sublime, sintiendo al que se iba como si fuera algo de su propio mundo soledoso y doloroso. Ayer fue él el despedido. Yo sé que mucha gente concurrió a dejarlo. Sé que, desde el más humilde obrero hasta el más acaudalado comerciante, agradecieron en Natalio tan valioso ejemplo que él sembrara en virtud de quien sabe qué misterioso designio. Con Natalio se ha ido un personaje pintoresco de Punta Arenas. Entiendo que desde hoy en adelante echaremos de menos su estampa de conductor de sepelios. Más de alguien, más de algún anónimo pasajero de estas tierras siente hoy con la muerte de Natalio como algo de la muerte de un familiar cercano. Quizá en cuántas y tantas veces fue este hombre el único deudo de un cadáver desconocido. Pero allí estaba él, abriéndole calle con sus voces y sus gestos. Con Natalio se ha ido algo esencial y característico de Punta Arenas. ¿ Y por qué no decirlo? También se ha ido algo de nosotros mismos... (Marino Muñoz Lagos, La Prensa Austral, Punta Arenas, 12- Abril de 1958). Nota : Otros autores refirieron que escasas personas concurrieron a su sepelio, verificando unos versos dedicados que decían:" Cuando finó este gran seglar, poca gente viva fue a su entierro, pero debió acompañarle una columna, interminable, formada por las almas de sus queridos muertos". Usaba un largo abrigo, en la cabeza una gorra tipo jockey y zapatillas de goma, por este motivo, al que usaba este tipo de calzado le llamaban igualmente "Natalio"...
Natalio Kragic Jurjevic falleció en Punta Arenas a los 60 años, un jueves 10 de abril de 1958, sus padres fueron Mariano Kragic Marinic (+28-IX-1940) y Antonia Jurjevic de Kragic (+ 17-XII-1930), hermanos: Antonio, Bozo y Vinka, nacidos en Split.
Sus restos mortales se encuentran reunidos en una tumba en el Cementerio Municipal "Sara Braun" de Punta Arenas, ubicada en las siguientes coordenadas : Sector Sur, Cuartel 3, Línea 5, N'18 de Sepultura.
En un canasta al brazo, cubierto con un pulcro paño blanco, y apoyándose en un enérgico bastón de rama de calafate para afirmarse en el hielo que se empinaba cerro arriba, venía la voz del Ludi Keko: "Piscaro frisco".
Era pequeño, enjuto, chispeante, mal hablado... Un atado de nervios. Pura dinamita. ¡Qué digo! ¡Nitroglicerina! Bastaba una chispa para que explotara o explosionara coma se dice ahora. Usaba un idioma propio, en que las palabras eran italianas, chilotas y croatas, en un revoltijo que el desenredaba con las manos. En verdad se expresaba más con centellantes ademanes que con la voz.
¡Cómo pesa una canasta llena de pulpos recién arrancados de entre las rocas azotadas par el mar...! ¡Cómo cruje el mimbre y escurre el agua potable por sobre el pantalón ya mojado del pescador...! "Hay que mojarse culo y voivas para agarrar quirios", explica Keko en un remolino de ademanes. "Una vez casi me Ileva el mar. Me se llenaron botas de agua y me agaré con gancho a unas algas".
Pescar pulpos es en verdad un arte difícil, sobre todo en las frías aguas magallánicas. Tal vez pescar no sea el termino exacto cuando de pulpos se trata. Estos siniestros octópodos son una verdadera negación de la belleza y la bondad. Solo tienen cabeza y patas tentaculares - cefalópodos - llenos de ventosas y se adhieren a cualquier cosa con chupones de vacío imposibles de desprender mientras el animal está vivo.
Ludi Keko sostenía que los pulpos pueden ser casi tan malos como los hombres, solo que no saber burlarse ni pueden llorar. Pero, como los hombres, pueden, con su negra tinta, enturbiar todo el espacio donde viven. Sin embargo, tienen la ventaja de que pueden Ilegar a la mesa preparados de distintas formas, todas ellas en verdad deliciosa.
Ludi Keko grita: "Frisco, siñora... a cumprar pulpo, siñora.. ", explica con su voz aguda y sus manos arremolinadas, en su pintoresco modo de explicar.
El cónsul francés ha elegido esa mañana, par su propia mano, dos hermosos ejemplares de casi dos kilos cada uno. "Lo que me coista arrancarlos de entre las rocas mientras la marea comenzaba a subir".
Pero, sus sonoros pesos fuertes ha pagado el buen "gourmet" por el gustazo que se dará en la cena de gala de ese 14 de julio.. ¡Vive la France! ¡Allons enfante...! ¡Viva la ensalada de nabos con perejil y el champaña enfriando en la nieve del patio!. Oirle y verle -las dos maneras de entenderlo - es todo un espectáculo. Parece como si entre las articulaciones de sus dedos huesudos y nudosos, ganchudos y enérgicos, se entrelazaran miles de invisibles hilos que mueven las marionetas de su fantasía.
Porque sus nerviosos ademanes dibujan y desdibujan, mueve y hace hablar las mas extrañas figuras y como salta, sin conexión alguna, de un tema a otro, de una a otra figura, personaje, cosa o situación, ocurre que todo es un vertiginoso caleidoscopio de bienes y cambiantes colores, de contornos fugaces y de formas alucinantes.
Pero, sus sonoros pesos fuertes ha pagado el buen "gourmet" por el gustazo que se dará en la cena de gala de ese 14 de julio.. ¡Vive la France! ¡Allons enfante...! ¡Viva la ensalada de nabos con perejil y el champaña enfriando en la nieve del patio!. Oirle y verle -las dos maneras de entenderlo - es todo un espectáculo. Parece como si entre las articulaciones de sus dedos huesudos y nudosos, ganchudos y enérgicos, se entrelazaran miles de invisibles hilos que mueven las marionetas de su fantasía.
Porque sus nerviosos ademanes dibujan y desdibujan, mueve y hace hablar las mas extrañas figuras y como salta, sin conexión alguna, de un tema a otro, de una a otra figura, personaje, cosa o situación, ocurre que todo es un vertiginoso caleidoscopio de bienes y cambiantes colores, de contornos fugaces y de formas alucinantes.
Mi padre, actualmente de 93 años, vive en Antofagasta desde la década de los 60. Él es hijo del inmigrante croata, Cristóbal Lulić Vanak, mi abuelo, oriundo del pueblo de Suhovare, cercano a la ciudad de Zadar, Croacia.
A principios del siglo XX, trabajando como marino en un barco mercante, mi abuelo Cristóbal llegó a Argentina desde Croacia, viajando a Chile en 1924, instalándose en Puerto Porvenir, Magallanes. Allí fundó la “Compañía de Alumbrado de Porvenir”, la primera compañía de luz eléctrica en la zona, así como otras empresas que llevaron el progreso a esas regiones. Se casó con Ester Dureu Navarrete y tuvo dos hijos: Jorge, mi padre y mi tío Osvaldo Lulić, ya fallecido.
He visitado más de una vez el pueblo de Suhovare. Allí tuve la oportunidad de conocer y reunirme con la familia del abuelo lo cual fue muy bonito; siempre con la esperanza de encontrar alguna pista o información sobre su nacimiento.
En Suhovare hay dos clanes importantes los Lulić y los Ukalović. Se casaban entre ellos (algunos aún lo hacen), pero muchos de la nueva generación se han ido a trabajar a otros países de Europa y el mundo.
Aún quedan rastros de la antigua casa de mi abuelo y, de los familiares mayores que pude conocer, algunos hablaban sobre él con cariño ya que, durante los días difíciles en Croacia, ayudó a muchos de ellos, y también a amigos enviándoles dinero y paquetes con ropa desde Chile. Yo hice mis estudios en los años 70-80 en la Universidad de Durham, Inglaterra, donde me establecí posteriormente, hasta ahora, me casé y tengo dos hijos, adquirí la ciudadanía británica en 1979.
Regularmente mis hijos y yo visitamos a mi padre con quien mantenemos un contacto frecuente.
En Suhovare hay dos clanes importantes los Lulić y los Ukalović. Se casaban entre ellos (algunos aún lo hacen), pero muchos de la nueva generación se han ido a trabajar a otros países de Europa y el mundo.
Aún quedan rastros de la antigua casa de mi abuelo y, de los familiares mayores que pude conocer, algunos hablaban sobre él con cariño ya que, durante los días difíciles en Croacia, ayudó a muchos de ellos, y también a amigos enviándoles dinero y paquetes con ropa desde Chile. Yo hice mis estudios en los años 70-80 en la Universidad de Durham, Inglaterra, donde me establecí posteriormente, hasta ahora, me casé y tengo dos hijos, adquirí la ciudadanía británica en 1979.
Regularmente mis hijos y yo visitamos a mi padre con quien mantenemos un contacto frecuente.
Eugenio Gligo Grassi, (1895-1966), hijo de Nikola (Nicolo) Gligo Nikolorić y de María Grassi Lode, nació el 11 de Enero de 1895 en Bol, Isla de Brač, Croacia.
Estudió los cursos de gimnástica en Zadar, y posteriormente fue cadete naval de la marina del Reino de Serbia, Croacia y Eslovenia, adscrita al Imperio Austro-Húngaro. En 1914, el buque-escuela había recalado en Buenos Aires en el momento que se declaró la primera guerra mundial. Consciente de que esa guerra no era la suya, no volvió a la embarcación y se quedó en Buenos Aires.
Había llegado como inmigrante a esa ciudad Wenceslao Gligo, primo de él, quien lo acogió en sus comienzos porteños.
Como había estudiado varios idiomas al comienzo sobrevivió haciendo clases de español a inmigrantes europeos. Posteriormente entró a trabajar en la compañía telefónica inglesa de Argentina.
Sus padres le habían encomendado ubicar a su hermano Vicente y por ello, en 1923, partió a Santa Cruz, al sur de Argentina, donde residió por 3 meses. Siguiendo a su hermano Vicente, llegó a Punta Arenas. Allí fue contratado como Contador General en el Frigorífico Puerto Sara, hoy desaparecido. Aunque estaba a 140 Km. de Punta Arenas, el trayecto a esta ciudad, debido a los malos caminos, demoraba uno o incluso dos días. Estuvo trabajando allí durante 5 años lo que le permitió ahorrar dinero. Regresó a Punta Arenas en 1928 y se hizo socio de Jorge Matetich que poseía un establecimiento comercial en Calle Roca 935 y que fue fundado en 1894. Pasó a llamarse Matetich y Gligo.
En 1933 se casó con Ágata Viel Vitali, naciendo, entre 1934 y 1940, sus cuatro hijos: María Eugenia, Ágata, Nicolo y Eugenio.
Alrededor de 1936, la sociedad comercial se deshizo pasando a llamarse Gligo Hermanos por un lapso de 3 años, ya que incorporó como socio a su hermano Vicente Gligo. Durante los 19 años siguientes quedó en manos sólo de Eugenio Gligo, y se llamó Casa Gligo, hasta su cierre en 1958. Esta casa comercial tenía múltiples secciones: Librería, Regalos, Juguetería, Disquería, y Maletería, destacándose por sus variadas ofertas tanto de productos nacionales como importados. En 1936 a Eugenio Gligo Grassi se le otorgó el arrendamiento de varios lotes fiscales para constituir una estancia ovina y criar karakules con el objeto de obtener astrakán. Se le denominó Estancia María Eugenia, y tenía una superficie de 7.500 hectáreas. A partir de 1938 la estancia fue parte de la sociedad formada por él y Jorge Campos Menéndez. En años 1941 y 42 la familia Gligo Viel residió en la Estancia María Eugenia, y en 1945 en puerto Porvenir. Al disolverse la sociedad con Jorge Campos Menéndez, la estancia quedó con una superficie de 4.500 hectáreas, y fue trabajada permanentemente por su dueño. La estancia fue adquirida al Fisco en 1957. Al fallecimiento de Eugenio Gligo en 1966, la siguió trabajando su viuda Ágata Viel Vitali, quien a su muerte le sucedieron sus herederos. La estancia fue vendida en 2013. Eugenio Gligo Grassi fue una figura pública participando activamente en la vida republicana de Punta Arenas En la Unión de Pequeños Ganaderos de Magallanes, ocupó varios cargos en diversos directorios. Fue un Rotario destacado, donde también participando en varios directorios.
Convivió activamente en la sociedad magallánica; miembro del Club Inglés, del Club Croata, entre otros, y asiduo en las tertulias de café.
Pero donde tuvo una muy destacada labor fue como Presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Magallanes, pues le tocó comandar las gestiones para obtener el Puerto Libre de Magallanes. Fue presidente de esta organización gremial desde 1937 a 1940 y de 1944 a 1957. Veinte años a la cabeza de la institución a la que se dedicó con esmero, honestidad, trasparencia, tenacidad y dedicación, siempre acompañado de directores capaces y laboriosos. Entrevista con políticos, con el Presidente Carlos Ibáñez del Campo, con el Presidente Arturo Alessandri Rodríguez, con parlamentarios, funcionarios públicos, etc.
Todos estos trabajos en muchas ocasiones atentaron contra sus propios intereses económicos, pero rindieron sus frutos al constituirse el Puerto Libre.
Fue nombrado Director Honorario de la Cámara Central de Comercio de Chile. En 1958 cerró Casa Gligo manteniendo solo la Estancia María Eugenia. Falleció en 1966 a los 71 años.
Sus restos reposan en el mausoleo de la familia en el Cementerio de Punta Arenas.
Estudió los cursos de gimnástica en Zadar, y posteriormente fue cadete naval de la marina del Reino de Serbia, Croacia y Eslovenia, adscrita al Imperio Austro-Húngaro. En 1914, el buque-escuela había recalado en Buenos Aires en el momento que se declaró la primera guerra mundial. Consciente de que esa guerra no era la suya, no volvió a la embarcación y se quedó en Buenos Aires.
Había llegado como inmigrante a esa ciudad Wenceslao Gligo, primo de él, quien lo acogió en sus comienzos porteños.
Como había estudiado varios idiomas al comienzo sobrevivió haciendo clases de español a inmigrantes europeos. Posteriormente entró a trabajar en la compañía telefónica inglesa de Argentina.
Sus padres le habían encomendado ubicar a su hermano Vicente y por ello, en 1923, partió a Santa Cruz, al sur de Argentina, donde residió por 3 meses. Siguiendo a su hermano Vicente, llegó a Punta Arenas. Allí fue contratado como Contador General en el Frigorífico Puerto Sara, hoy desaparecido. Aunque estaba a 140 Km. de Punta Arenas, el trayecto a esta ciudad, debido a los malos caminos, demoraba uno o incluso dos días. Estuvo trabajando allí durante 5 años lo que le permitió ahorrar dinero. Regresó a Punta Arenas en 1928 y se hizo socio de Jorge Matetich que poseía un establecimiento comercial en Calle Roca 935 y que fue fundado en 1894. Pasó a llamarse Matetich y Gligo.
En 1933 se casó con Ágata Viel Vitali, naciendo, entre 1934 y 1940, sus cuatro hijos: María Eugenia, Ágata, Nicolo y Eugenio.
Alrededor de 1936, la sociedad comercial se deshizo pasando a llamarse Gligo Hermanos por un lapso de 3 años, ya que incorporó como socio a su hermano Vicente Gligo. Durante los 19 años siguientes quedó en manos sólo de Eugenio Gligo, y se llamó Casa Gligo, hasta su cierre en 1958. Esta casa comercial tenía múltiples secciones: Librería, Regalos, Juguetería, Disquería, y Maletería, destacándose por sus variadas ofertas tanto de productos nacionales como importados. En 1936 a Eugenio Gligo Grassi se le otorgó el arrendamiento de varios lotes fiscales para constituir una estancia ovina y criar karakules con el objeto de obtener astrakán. Se le denominó Estancia María Eugenia, y tenía una superficie de 7.500 hectáreas. A partir de 1938 la estancia fue parte de la sociedad formada por él y Jorge Campos Menéndez. En años 1941 y 42 la familia Gligo Viel residió en la Estancia María Eugenia, y en 1945 en puerto Porvenir. Al disolverse la sociedad con Jorge Campos Menéndez, la estancia quedó con una superficie de 4.500 hectáreas, y fue trabajada permanentemente por su dueño. La estancia fue adquirida al Fisco en 1957. Al fallecimiento de Eugenio Gligo en 1966, la siguió trabajando su viuda Ágata Viel Vitali, quien a su muerte le sucedieron sus herederos. La estancia fue vendida en 2013. Eugenio Gligo Grassi fue una figura pública participando activamente en la vida republicana de Punta Arenas En la Unión de Pequeños Ganaderos de Magallanes, ocupó varios cargos en diversos directorios. Fue un Rotario destacado, donde también participando en varios directorios.
Convivió activamente en la sociedad magallánica; miembro del Club Inglés, del Club Croata, entre otros, y asiduo en las tertulias de café.
Pero donde tuvo una muy destacada labor fue como Presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Magallanes, pues le tocó comandar las gestiones para obtener el Puerto Libre de Magallanes. Fue presidente de esta organización gremial desde 1937 a 1940 y de 1944 a 1957. Veinte años a la cabeza de la institución a la que se dedicó con esmero, honestidad, trasparencia, tenacidad y dedicación, siempre acompañado de directores capaces y laboriosos. Entrevista con políticos, con el Presidente Carlos Ibáñez del Campo, con el Presidente Arturo Alessandri Rodríguez, con parlamentarios, funcionarios públicos, etc.
Todos estos trabajos en muchas ocasiones atentaron contra sus propios intereses económicos, pero rindieron sus frutos al constituirse el Puerto Libre.
Fue nombrado Director Honorario de la Cámara Central de Comercio de Chile. En 1958 cerró Casa Gligo manteniendo solo la Estancia María Eugenia. Falleció en 1966 a los 71 años.
Sus restos reposan en el mausoleo de la familia en el Cementerio de Punta Arenas.
Llegué hace muchos años, 111 para ser más exactos, fue un día de enero de 1907, recuerdo el calor seco del desierto, el cielo de un azul distinto y el mar entre calmo e impetuoso. Había caras nuevas, olores distintos, sonidos diferentes; todo un universo por descubrir. Ya no me acuerdo del capitán ni del nombre del barco, me invadía la pena y el miedo; y una irresistible nostalgia inundaba mis ojos claros. Sólo me reconfortaba la compañía de mi querido hermano menor Dušan, quien con 13 años compartía conmigo esa histórica travesía.
Al divisar la costa chilena, el final de mi destino, vinieron a mi mente los momentos antes de la partida: conversaciones rápidas y nerviosas de mis padres, pasos apurados sobre la gravilla, suspiros, lágrimas, el dolor de los que quedaban en la patria amada. Por esos años en mi querida Isla de Brač y mi pueblo Supetar recibíamos el llamado de fin del mundo, Sudamérica, la “tierra prometida” decían muchos, donde la abundancia llegaba rápido y el trabajo bien pagado sobraba, cuando había esfuerzo.
Amigos, parientes y conocidos nos aguardaban en Chile, con emoción y entusiasmo. Eran los pioneros de la avanzada croata, los que abrieron el camino con mucho esfuerzo, para que el sueño de la emigración se hiciera realidad. Entre ellos estaba mi entrañable hermano Slavomir, quien dos años antes se había embarcado a Chile, con 17 años. Por esos días, nuestros corazones se inflamaban de esperanza. En la patria querida cundía el desencanto, viñas apestadas, vientos de guerra y la temida pobreza, acechaban la vida de todos. Chile era el futuro, una oportunidad que no se podía dejar escapar. La decisión no era fácil, había duda y riesgo, pero alzaba la vista al horizonte y admiraba a todos los que, como mi hermano, se habían armado de valor y aventura para cruzar el enorme océano y enseñarnos que la vida puede tener muchos derroteros.
Cuando el pequeño barco zarpó de Supetar se me secó la garganta y mi corazón parecía que estallaba en mil pedazos.
Mi tierra amada se perdía, poco a poco, con sus casas blancas y techos rojos. Abracé fuertemente a Dušan y contuve su llanto de niño.
Mis padres, Zanante y Magdalena daban ánimo por fuera, pero se desgarraban por dentro. Dos hijos más se lanzaban hacia lo desconocido, con la esperanza de encontrar un nuevo mundo de prosperidad para nuestra familia. Ya cuando el mar se hizo inmenso la lejanía me asustó y la soledad se hizo carne en todo mi ser. Mi isla pedregosa era ya sólo un recuerdo. Pero no había que dejar que ganara la melancolía, sólo respirar hondo y mirar hacia adelante. Debía ser fuerte por mi hermano. No puedo mentir, el tiempo de navegación se me hizo eterno. Ansiedad, y dudas fugaces de la decisión tomada. Muchas emociones juntas para mis 23 años, sí 23 tenía cuando tomé ese bendito barco hacia América.
Pero el ánimo y entusiasmo de Dušan hacía que todo valiera la pena.
Y debo confesarles que en esa travesía hubo también momentos buenos, cuando la serenidad se volvía compañera y los maravillosos cuentos del mundo nuevo abrigaban mi fe por lo que venía. Guardo en mi memoria hermosas tardes de cubierta, calma marina y planes por aquí y por allá. La llegada no fue fácil, había algo de miedo e inseguridad; otro idioma, caras diferentes, aire seco y húmedo, y esa arena que lo cubría todo.
En mi mente me consolaba: serán sólo algunos años y luego regresaré a todo lo mío: la casa de piedra, el huerto, el azul del adriático, las calles de gravilla, mis amigos, las tertulias en la playa, mis amores… Fue difícil, lo admito, hacer la conexión entre las grandes expectativas que tenía y la realidad que nos aguardaba. Aquel mundo que soñaba, esa América codiciada era eso, pero a la vez no lo era. Mucho tiempo después lo entendería.
Y yo estaba ahí, retando a mi destino, con mi maleta llena de proyectos y esperanza. Aventurero “austriaco” de tierras dálmatas, así me llamaban. No me molestaba, aunque sí lo de “austriaco”, mi patria siempre fue Croacia. El deseo era sólo uno, prosperar en lo que fuera y regresar a Brač, para ayudar a mis padres y hermanas que quedaron allá. El tiempo transcurrió rápido como siempre. El trabajo llegó más rápido de lo pensado. La Aduana de Antofagasta me acogió, cuyos dueños eran unos coterráneos, los Lukšić. Fueron ocho años de arduo esfuerzo, en los que sacrifiqué muchas cosas. Nos esmeramos, junto a mis hermanos, en ahorrar lo que se podía. De esos primeros años recuerdo, por las tardes y noches, la compañía de Dušan y Slavomir, las conversaciones sobre cómo iba todo, los proyectos, las dificultades.
En nosotros permanecía, a sangre y fuego, el recuerdo de los que dejamos allá en Dalmacia. La añoranza de la madre, la tibieza del hogar y los almuerzos en familia se valoraban más que nunca en la vida.
Pero había que ser fuerte, no se podía claudicar, sino todo el esfuerzo sería en vano. Cada día malo antes de dormir me repetía “ya regresaré a mi amada isla, orgulloso y seguro de que lo que hice valió la pena”. Y la verdad es que no fueron pocos esos días difíciles, la adaptación a todo un mundo nuevo nunca fue cosa fácil. Todo cambió dos años después de mi llegada. Fue en enero de 1909, un amigo me pidió que lo acompañara al puerto, porque llegaba la prometida de unos de sus primos. Venía de Brač, como la mayoría. Lo que pasó después me emociona, cuando vi a Stefanya bajando al muelle, mi corazón se agitó como nunca, supe esa mismo día que ella sería mi mujer. Luego de algunos meses su planificado compromiso se diluyó en la arena y comenzamos nuestra relación en Antofagasta. Ella venía de Pusišća, pueblo vecino a mi Supetar, en Brač. Sus padres Iván e Ivania, vinieron con ella, además de su hermana mayor Armelya, pero pronto tuvieron que volver a Brač. No debe haber sido fácil para ellos dejarlas en el fin del mundo, a sus 20 años. Aunque ya estaba en Chile su hermano Ljubomir y sus tíos, los famosos hermanos Kraljević, que se habían dedicado a la explotación del salitre, desde 1879. Los acontecimientos, como siempre en la vida, ayudaron a girar el rumbo de las cosas. Ahora, el regreso a la patria se volvió más lejano en los pensamientos. Encontrar el amor y las ganas de formar una familia hicieron lo suyo. Se encendieron nuevas motivaciones y comenzó lentamente el arraigo. La nostalgia dio paso a la esperanza y junto a Stefanya fuimos construyendo futuro en esta tierra lejana. El aire de Antofagasta ya no era tan molesto, aprender el idioma hizo todo más fácil y el desierto comenzó a cautivarnos con su imponente belleza. El 7 de enero de 1911 nos casamos y pronto fueron llegando nuestros queridos hijos: Magdalena, Blago, Dalibor, Ivo y Norma. Ellos fueron llenando de energía nuestras vidas. Sólo de vez en cuando, aparecía mi isla azul y remota en mis recuerdos, aunque ya de manera distinta. Ya sentía cosas por esta tierra, tenía hijos y amigos chilenos. Todo un mundo que ya era parte de mí. Y la prosperidad fue llegando de a poco, en 1918 tome todos mis ahorros y me fui al pueblo de Calama, localidad infestada de mineros busca fortuna. Después de estudiar bien la situación decidí invertir en el rubro hotelero y compré el Hotel La Bolsa. No fue fácil emprender, pero pronto me di cuenta que debía volver a Antofagasta, donde el negocio sí era más rentable. Vinieron los tiempos buenos, el Hotel Londres y su anexo France e Inglaterra.
Junto a Stefanya y mis hijos tuvimos un buen pasar, pero siempre buscaba más desafíos. Así fue como a fines de 1935 agarramos todas nuestras cosas y nos fuimos a Santiago. Ya había comprado el Hotel Splendid, en plena calle Ahumada, el mayor logro de mi carrera hotelera. Aunque después seguí con el Savoy. No me puedo quejar, hice las cosas bien.
En esa misma época comenzaron a llegar los nietos, mi querida Gloria, de corta pero angelical vida; Iván, Norma, Sonia y tiempo después Lenka. Los cuarenta pasaron como un tubo, mucha dedicación con los negocios y preparando a los hijos para que asumieran su papel en la sucesión. Aunque con los años esto finalmente no resultó. La época final de mi vida, los años 50 me encontró ya sin mis hoteles y disfrutando mucho con Stefanya. Pese a los problemas que nunca faltan estaba feliz, tenía mi lado a mi compañera de vida, los hijos seguían sus caminos y de verdad amaba esta tierra chilena que cambió por completo mi existencia. La enfermedad se llevó mi vida un día de 1955 y esa misma noche una parte de mi alma viajó hacia Supetar, para reposar sobre esa amada isla de piedra y viento.
Habían pasado 48 años desde el día en que subí a ese barco del que no recuerdo el nombre. La otra parte de mi alma se quedó en Chile, donde parte de mi sangre croata se desparramó sobre mis descendientes.
Amigos, parientes y conocidos nos aguardaban en Chile, con emoción y entusiasmo. Eran los pioneros de la avanzada croata, los que abrieron el camino con mucho esfuerzo, para que el sueño de la emigración se hiciera realidad. Entre ellos estaba mi entrañable hermano Slavomir, quien dos años antes se había embarcado a Chile, con 17 años. Por esos días, nuestros corazones se inflamaban de esperanza. En la patria querida cundía el desencanto, viñas apestadas, vientos de guerra y la temida pobreza, acechaban la vida de todos. Chile era el futuro, una oportunidad que no se podía dejar escapar. La decisión no era fácil, había duda y riesgo, pero alzaba la vista al horizonte y admiraba a todos los que, como mi hermano, se habían armado de valor y aventura para cruzar el enorme océano y enseñarnos que la vida puede tener muchos derroteros.
Cuando el pequeño barco zarpó de Supetar se me secó la garganta y mi corazón parecía que estallaba en mil pedazos.
Mi tierra amada se perdía, poco a poco, con sus casas blancas y techos rojos. Abracé fuertemente a Dušan y contuve su llanto de niño.
Mis padres, Zanante y Magdalena daban ánimo por fuera, pero se desgarraban por dentro. Dos hijos más se lanzaban hacia lo desconocido, con la esperanza de encontrar un nuevo mundo de prosperidad para nuestra familia. Ya cuando el mar se hizo inmenso la lejanía me asustó y la soledad se hizo carne en todo mi ser. Mi isla pedregosa era ya sólo un recuerdo. Pero no había que dejar que ganara la melancolía, sólo respirar hondo y mirar hacia adelante. Debía ser fuerte por mi hermano. No puedo mentir, el tiempo de navegación se me hizo eterno. Ansiedad, y dudas fugaces de la decisión tomada. Muchas emociones juntas para mis 23 años, sí 23 tenía cuando tomé ese bendito barco hacia América.
Pero el ánimo y entusiasmo de Dušan hacía que todo valiera la pena.
Y debo confesarles que en esa travesía hubo también momentos buenos, cuando la serenidad se volvía compañera y los maravillosos cuentos del mundo nuevo abrigaban mi fe por lo que venía. Guardo en mi memoria hermosas tardes de cubierta, calma marina y planes por aquí y por allá. La llegada no fue fácil, había algo de miedo e inseguridad; otro idioma, caras diferentes, aire seco y húmedo, y esa arena que lo cubría todo.
En mi mente me consolaba: serán sólo algunos años y luego regresaré a todo lo mío: la casa de piedra, el huerto, el azul del adriático, las calles de gravilla, mis amigos, las tertulias en la playa, mis amores… Fue difícil, lo admito, hacer la conexión entre las grandes expectativas que tenía y la realidad que nos aguardaba. Aquel mundo que soñaba, esa América codiciada era eso, pero a la vez no lo era. Mucho tiempo después lo entendería.
Y yo estaba ahí, retando a mi destino, con mi maleta llena de proyectos y esperanza. Aventurero “austriaco” de tierras dálmatas, así me llamaban. No me molestaba, aunque sí lo de “austriaco”, mi patria siempre fue Croacia. El deseo era sólo uno, prosperar en lo que fuera y regresar a Brač, para ayudar a mis padres y hermanas que quedaron allá. El tiempo transcurrió rápido como siempre. El trabajo llegó más rápido de lo pensado. La Aduana de Antofagasta me acogió, cuyos dueños eran unos coterráneos, los Lukšić. Fueron ocho años de arduo esfuerzo, en los que sacrifiqué muchas cosas. Nos esmeramos, junto a mis hermanos, en ahorrar lo que se podía. De esos primeros años recuerdo, por las tardes y noches, la compañía de Dušan y Slavomir, las conversaciones sobre cómo iba todo, los proyectos, las dificultades.
En nosotros permanecía, a sangre y fuego, el recuerdo de los que dejamos allá en Dalmacia. La añoranza de la madre, la tibieza del hogar y los almuerzos en familia se valoraban más que nunca en la vida.
Pero había que ser fuerte, no se podía claudicar, sino todo el esfuerzo sería en vano. Cada día malo antes de dormir me repetía “ya regresaré a mi amada isla, orgulloso y seguro de que lo que hice valió la pena”. Y la verdad es que no fueron pocos esos días difíciles, la adaptación a todo un mundo nuevo nunca fue cosa fácil. Todo cambió dos años después de mi llegada. Fue en enero de 1909, un amigo me pidió que lo acompañara al puerto, porque llegaba la prometida de unos de sus primos. Venía de Brač, como la mayoría. Lo que pasó después me emociona, cuando vi a Stefanya bajando al muelle, mi corazón se agitó como nunca, supe esa mismo día que ella sería mi mujer. Luego de algunos meses su planificado compromiso se diluyó en la arena y comenzamos nuestra relación en Antofagasta. Ella venía de Pusišća, pueblo vecino a mi Supetar, en Brač. Sus padres Iván e Ivania, vinieron con ella, además de su hermana mayor Armelya, pero pronto tuvieron que volver a Brač. No debe haber sido fácil para ellos dejarlas en el fin del mundo, a sus 20 años. Aunque ya estaba en Chile su hermano Ljubomir y sus tíos, los famosos hermanos Kraljević, que se habían dedicado a la explotación del salitre, desde 1879. Los acontecimientos, como siempre en la vida, ayudaron a girar el rumbo de las cosas. Ahora, el regreso a la patria se volvió más lejano en los pensamientos. Encontrar el amor y las ganas de formar una familia hicieron lo suyo. Se encendieron nuevas motivaciones y comenzó lentamente el arraigo. La nostalgia dio paso a la esperanza y junto a Stefanya fuimos construyendo futuro en esta tierra lejana. El aire de Antofagasta ya no era tan molesto, aprender el idioma hizo todo más fácil y el desierto comenzó a cautivarnos con su imponente belleza. El 7 de enero de 1911 nos casamos y pronto fueron llegando nuestros queridos hijos: Magdalena, Blago, Dalibor, Ivo y Norma. Ellos fueron llenando de energía nuestras vidas. Sólo de vez en cuando, aparecía mi isla azul y remota en mis recuerdos, aunque ya de manera distinta. Ya sentía cosas por esta tierra, tenía hijos y amigos chilenos. Todo un mundo que ya era parte de mí. Y la prosperidad fue llegando de a poco, en 1918 tome todos mis ahorros y me fui al pueblo de Calama, localidad infestada de mineros busca fortuna. Después de estudiar bien la situación decidí invertir en el rubro hotelero y compré el Hotel La Bolsa. No fue fácil emprender, pero pronto me di cuenta que debía volver a Antofagasta, donde el negocio sí era más rentable. Vinieron los tiempos buenos, el Hotel Londres y su anexo France e Inglaterra.
Junto a Stefanya y mis hijos tuvimos un buen pasar, pero siempre buscaba más desafíos. Así fue como a fines de 1935 agarramos todas nuestras cosas y nos fuimos a Santiago. Ya había comprado el Hotel Splendid, en plena calle Ahumada, el mayor logro de mi carrera hotelera. Aunque después seguí con el Savoy. No me puedo quejar, hice las cosas bien.
En esa misma época comenzaron a llegar los nietos, mi querida Gloria, de corta pero angelical vida; Iván, Norma, Sonia y tiempo después Lenka. Los cuarenta pasaron como un tubo, mucha dedicación con los negocios y preparando a los hijos para que asumieran su papel en la sucesión. Aunque con los años esto finalmente no resultó. La época final de mi vida, los años 50 me encontró ya sin mis hoteles y disfrutando mucho con Stefanya. Pese a los problemas que nunca faltan estaba feliz, tenía mi lado a mi compañera de vida, los hijos seguían sus caminos y de verdad amaba esta tierra chilena que cambió por completo mi existencia. La enfermedad se llevó mi vida un día de 1955 y esa misma noche una parte de mi alma viajó hacia Supetar, para reposar sobre esa amada isla de piedra y viento.
Habían pasado 48 años desde el día en que subí a ese barco del que no recuerdo el nombre. La otra parte de mi alma se quedó en Chile, donde parte de mi sangre croata se desparramó sobre mis descendientes.
De El Mercurio de Antofagasta, por Jaime Alvarado G.
Que nuestro mar ha sido escenario de episodios variados es cierto.
Combates, cañoneos, naufragios, incendios accidentes y tragedias sin fin, conforman la lista de estos acontecimientos marítimos. Incluso hay registro de numerosos actos de pirataje con el caso de yate “Peggy”, de propiedad del gringo Sharpe, ejecutivo de la Ford con oficinas en el edificio Gibbs.
La embarcación – de lujo para la época – tenía 14 m. de eslora y aparejo de balandro. Mástil para cangreja y foque, con un motor de combustion interna. Su propietario navegaba por la bahía, acompañado de sus cercanos, todos extranjeros.
Permanecía fondeada en la poza del puerto artificial, a mediados de septiembre de 1932. En esa fecha, cuatro ciudadanos extranjeros la abordaron suprepticiamente y, mientras Chile entero celebraba distaridamente las Fiestas Patrias, largaron amarras y zarparon con rumbo desconocido. Muchas fueron las conjeturas sobre el destino de la embarcación pero, se daba por hecho, que debería recalar en algún puerto, para hacer rancho de víveres, agua y combustible. El martes 4 de octubre, la embarcación fue avistada en la Caleta Chorrillos, unas millas al sur de El Callao.
Las autoridades salieron en su búsqueda pero la “Peggy” escapó hasta que una lancha patrullera cortó sus aguas, la detuvo, la remolcó hasta El Callao, donde quedó retenida.Los "piratas" eran dos yugoslavos y dos alemanes, Santiago Medanić Lukin, Roko Cvitanović Rokacija y los germanos Armin Roemmer Weiss y Josip Breich.
Fueron capturados por la autoridad maritime peruana y sometidos a juicio “por flagrante delito de piratería”.
La nave quedó amarrada a las bitas del puerto peruano, en tanto se realizaban las gestiones para traerla a puerto chileno. El gringo Sharpe, junto a un grupo de amigos, viajó hasta Perú a bordo de un valor de PSNC, con el objeto de repatriar su costosa embarcación. Aquellos piratas – precursores de Johnny Deep – zarparon el bergantín del olvido.
Permanecía fondeada en la poza del puerto artificial, a mediados de septiembre de 1932. En esa fecha, cuatro ciudadanos extranjeros la abordaron suprepticiamente y, mientras Chile entero celebraba distaridamente las Fiestas Patrias, largaron amarras y zarparon con rumbo desconocido. Muchas fueron las conjeturas sobre el destino de la embarcación pero, se daba por hecho, que debería recalar en algún puerto, para hacer rancho de víveres, agua y combustible. El martes 4 de octubre, la embarcación fue avistada en la Caleta Chorrillos, unas millas al sur de El Callao.
Las autoridades salieron en su búsqueda pero la “Peggy” escapó hasta que una lancha patrullera cortó sus aguas, la detuvo, la remolcó hasta El Callao, donde quedó retenida.Los "piratas" eran dos yugoslavos y dos alemanes, Santiago Medanić Lukin, Roko Cvitanović Rokacija y los germanos Armin Roemmer Weiss y Josip Breich.
Fueron capturados por la autoridad maritime peruana y sometidos a juicio “por flagrante delito de piratería”.
La nave quedó amarrada a las bitas del puerto peruano, en tanto se realizaban las gestiones para traerla a puerto chileno. El gringo Sharpe, junto a un grupo de amigos, viajó hasta Perú a bordo de un valor de PSNC, con el objeto de repatriar su costosa embarcación. Aquellos piratas – precursores de Johnny Deep – zarparon el bergantín del olvido.
Artículo escrito por Homero Ávila Silva, premio nacional de periodismo, en el 70° aniversario del club.
Decir Sokol es decir Tomičić. El equipo nació con los hermanos Pablo y Jacinto, de grato y hondo recuerdo por sus cualidades deportivas y sociales.
¿Sokol sin un Tomičić?
Y apareció José "Pepe" Tomičić K., hijo de don Roque. Ya tenía el club a uno de su dinastía. Y luego vino Nicolás "Ronco" Tomičić K., hermano de José y uno de los más brillantes defensores que haya tenido el club en sus 70 años de vida. Y no solo en básquetbol, porque fue un atleta destacado en saltos largo y alto, siendo en este último campeón zonal.
Después se sumó Pedro "Pericote", hermano de los dos anteriores y, nuevamente, dos Tomičić integraban el equipo cestero. El "Ronco" comenzó en 1939 (Campeón de Chile en Temuco), y lo dejó en 1954.
Siguió Pedro, al que se unieron sucesivamente Boris y Uroš, sus hermanos. También estuvieron otros primos José Tomičić K., "Peineta", e Ivo Beović Tomičić, quienes, a seguir estudios, se fueron a Santiago. Ivo fue seleccionado chileno de baloncesto.
Cuando se iban Uroš y Boris, este último, gran atleta, seleccionado chileno e internacional, entró otro primo: Jorge Tomičić K.
Luego aparece en el primer equipo Vinko Mušić Tomičić, hijo de Andrés y Gloria (prima hermana de todos los anteriores). Andrés fue presidente del Sokol en dos periodos. Vinko después fue vicepresidente del club y, al fallecimiento de su padre, asume la presidencia hasta el día de hoy. En una fecha tan especial para Sokol, hemos querido hacer este breve recuento porque, además de significar un fervor deportivo de alto valor, es un hecho difícil de encontrar. Setenta años de un club, en que siempre ha estado, en primer plano, la familia Tomičić, con la calidad de sus hijos y de sus destrezas deportivas, además de sus cualidades morales. Decir Sokol es decir Tomičić.
¿Sokol sin un Tomičić?
Y apareció José "Pepe" Tomičić K., hijo de don Roque. Ya tenía el club a uno de su dinastía. Y luego vino Nicolás "Ronco" Tomičić K., hermano de José y uno de los más brillantes defensores que haya tenido el club en sus 70 años de vida. Y no solo en básquetbol, porque fue un atleta destacado en saltos largo y alto, siendo en este último campeón zonal.
Después se sumó Pedro "Pericote", hermano de los dos anteriores y, nuevamente, dos Tomičić integraban el equipo cestero. El "Ronco" comenzó en 1939 (Campeón de Chile en Temuco), y lo dejó en 1954.
Siguió Pedro, al que se unieron sucesivamente Boris y Uroš, sus hermanos. También estuvieron otros primos José Tomičić K., "Peineta", e Ivo Beović Tomičić, quienes, a seguir estudios, se fueron a Santiago. Ivo fue seleccionado chileno de baloncesto.
Cuando se iban Uroš y Boris, este último, gran atleta, seleccionado chileno e internacional, entró otro primo: Jorge Tomičić K.
Luego aparece en el primer equipo Vinko Mušić Tomičić, hijo de Andrés y Gloria (prima hermana de todos los anteriores). Andrés fue presidente del Sokol en dos periodos. Vinko después fue vicepresidente del club y, al fallecimiento de su padre, asume la presidencia hasta el día de hoy. En una fecha tan especial para Sokol, hemos querido hacer este breve recuento porque, además de significar un fervor deportivo de alto valor, es un hecho difícil de encontrar. Setenta años de un club, en que siempre ha estado, en primer plano, la familia Tomičić, con la calidad de sus hijos y de sus destrezas deportivas, además de sus cualidades morales. Decir Sokol es decir Tomičić.
Por Jaime Alvarado G.
Hablando de cuartillas, resmas, chibaletes y otros asuntos propios de las imprentas, me vino a la memoria el recordado “cuartillo”, mínima medida en que se expendían nuestros mostos en bodegas y clandestinos del ayer. Recordé ese pequeño jarrito, blanco enlozado, con un reborde para vaciar sin derramar y con un número azul que indicaba la medida.
Un cuarto litro de vino, cuando se vendía en un vaso, era conocido como “una caña”. Y cuando la sed era mucha, se le apodaba “un cañón”. Una “caña” no solo calmaba la sed: terminaba también con ese temblor que delata a los alcohólicos.
Eran los tiempos de ese Chile respetuoso, en que el dueño del clandestino era tratado hasta con unción por los “curaditos”, los “clotos” o “borrachines”. Tenían voluntad para ganarse “un cuartillo”: barrían la calle, hacían las compras o encargos del dueño del boliche, que los premiaba con un “matapenquero”, de dudosa calidad. Temerosos de “La Comisión Civil”, los clandestinos abrían la puerta sigilosos, mirando primero por una rendija, para verificar quien pedía entrar. Comprobada la identidad del o los sedientos, se entornaban los postigos para permitir el ingreso. Frotándose las manos, el sediento hacía “la pedida”, que era siempre la misma: Un cuartillo… ¡Tinto!. En mi infancia conocí un par de esos clandestinos. En calle Porras, a Cayetano Ljubetić. Borrado de viruelas, inmerso en un mundillo de chuicos, tinas, toneles, pipas, damajuanas y garrafas. En Chuquisaca, a Mateo Domić, fumador de cigarrillos “Camel”, sentado “al revés” en una silla de Viena. Ambos, con un séquito de “caseros” que merodeaban “para juntar sed”. Muy de mañana, Cayetano atendía a aquellos habitúes que llegaban con un pronunciado “temblor” del cuerpo. ¡Con el primer “cuartillo” les volvía la calma! ¡Hasta eran capaces de sonreír! Tengo en mis manos un jarrito de “un cuartillo”. Escanciaré un mosto de “medio pelo” y brindaré para calmar esta sed de recuerdos que me abrasa… ¡Salud!
Un cuarto litro de vino, cuando se vendía en un vaso, era conocido como “una caña”. Y cuando la sed era mucha, se le apodaba “un cañón”. Una “caña” no solo calmaba la sed: terminaba también con ese temblor que delata a los alcohólicos.
Eran los tiempos de ese Chile respetuoso, en que el dueño del clandestino era tratado hasta con unción por los “curaditos”, los “clotos” o “borrachines”. Tenían voluntad para ganarse “un cuartillo”: barrían la calle, hacían las compras o encargos del dueño del boliche, que los premiaba con un “matapenquero”, de dudosa calidad. Temerosos de “La Comisión Civil”, los clandestinos abrían la puerta sigilosos, mirando primero por una rendija, para verificar quien pedía entrar. Comprobada la identidad del o los sedientos, se entornaban los postigos para permitir el ingreso. Frotándose las manos, el sediento hacía “la pedida”, que era siempre la misma: Un cuartillo… ¡Tinto!. En mi infancia conocí un par de esos clandestinos. En calle Porras, a Cayetano Ljubetić. Borrado de viruelas, inmerso en un mundillo de chuicos, tinas, toneles, pipas, damajuanas y garrafas. En Chuquisaca, a Mateo Domić, fumador de cigarrillos “Camel”, sentado “al revés” en una silla de Viena. Ambos, con un séquito de “caseros” que merodeaban “para juntar sed”. Muy de mañana, Cayetano atendía a aquellos habitúes que llegaban con un pronunciado “temblor” del cuerpo. ¡Con el primer “cuartillo” les volvía la calma! ¡Hasta eran capaces de sonreír! Tengo en mis manos un jarrito de “un cuartillo”. Escanciaré un mosto de “medio pelo” y brindaré para calmar esta sed de recuerdos que me abrasa… ¡Salud!

Como en aquellos tiempos los hijos respetaban Ia voluntad paterna, debió resignarse e ingreso al Institute Superior de Comercio de su natal Antofagasta, egresando al cabo de unos a5os con el titulo de contador, profesión que, con el correr de los años haría de él un exitoso empresario. No obstante, en su corazón seguía anidándose el íntimo deseo de ser aviador. Por eso cuando, en 1941, se enteró que el entonces capitán de bandada Alfonso Scheihing Ritter, jefe del aeropuerto de Cerro Moreno llamaba por la prensa a los interesados en fundar el club aéreo de aquella nortina ciudad, fue de los primeros en inscribirse y en ser aceptado. Árduo trabajo les costaba trasladar desde el viejo aeródromo de Portezuelo a La Chimba, el hangar que en la época del correo aéreo utilizara en ese campo aéreo la Línea Aérea Nacional y que les fuera donado por encontrarse fuera de uso. Al realizarse ese mismo año la campaña Alas para Chile, Cvitanić fue uno de sus más entusiastas impulsores y a la postre, como resultado de ella, el naciente club recibió dos Aeronca L-3B (uno de los cuales resultó destruido en su viaje a Antofagasta) y cuatro aviones Fairchild, uno modelo M-62B y tres PT-19.
Su instructor fue el teniente Rogelio González Mejía, quien con paciencia infinita lo fue adentrando en el maravilloso mundo de la aviación.
Que impresionante le parecía ver en lo alto, desde la cabina abierta del Fairchild, la inmensidad de la pampa y del océano. Etapa tras etapa las fue superando y su alegría no tuvo límites cuando, tras rendir un brillante examen, recibió de manos de la comisión examinadora de la Dirección de Aeronáutica su brevet de piloto aviador de turismo.
Los horizontes se le abrían y sin descuidar sus actividades comerciales, la aviación le señalaba otras metas. A raíz de Alas para Chile, la Fuerza Aérea de Chile había decidido dar un renovado impulso a su reserva aérea, organizando cursos para formar oficiales de reserva en diversas bases a lo largo del país. Postuló y fue llamado a reconocer cuartel en la Escuela de Aviación, en la Base Aérea El Bosque en Santiago, obteniendo del mismo su nombramiento de alférez de reserva en Ia rama del aire. Aunque por otro camino, su vieja aspiración de ingresar a la FACh se iba cumpliendo. No pasó mucho tiempo, cuando fue llamado al servicio activo en el Grupo de Aviación i en la Base Aérea Los Cóndores de Iquique, unidad en la cual efectuó el curso de tiro y bombardeo, recibiendo con no disimulada satisfacción su título de piloto de guerra. Para el había Ilegado el momento de devolver a la aviación nacional, al menos en parte, lo mucho que de ella había recibido. Se presentó a examen ante la Dirección de Aeronáutica, obteniendo primero su habilitación de ayudante de instructor de vuelo y luego la de instructor, dando comienzo a una larga y dilatada labor en su entidad madre, el Club Aéreo de Antofagasta.
En forma paralela, por años ocupó cargos en el directorio y en varias ocasiones la presidencia del mismo. Considerando que no todo había de ser volar por el placer de volar, junto a otros pilotos del club, se abocó a la tarea de habilitar aeródromos al interior de la pampa, especialmente en las cercanías de las oficinas salitreras. Ello les permitió poder trasladar oportunamente hacia la capital de la provincia a personas enfermas o accidentadas, en una época en que los caminos hacia el interior eran precarios o Ilevar hasta allá la ayuda que tanto les era necesaria.
Labor, de la aviación deportiva nacional, hoy en día ya olvidada e ignorada por muchos, que desconocen cuantos sacrificios en vidas y materiales ello cuesta. Sucedió por entonces que visitó nuestro país, en son de hermandad, una formación de aviones ecuatorianos, uno de los cuales, desgraciadamente, se accidentó en territorio nacional.
Queriendo que tuvieran un feliz regreso a su patria, el Director de Aeronáutica, el general Gregorio Bisquertt Rubio, lo llamó y le solicito que, en un avión del club antofagastino, acompañara a los raidistas hasta Guayaquil. Junto a su alumno Mario Reyes, en un Fairchild del Club Aéreo de Antofagasta, hacienda varias escalas finalmente Ilegaron sin novedad a Guayaquil, ciudad donde los esperaba nada menos que el presidente del Ecuador, Dr. José Maria Velasco lbarra, quien lo paseó en auto abierto por las calles de Guayaquil, siendo ambos aviadores chilenos nombrados ciudadanos ilustres de la misma. Antes de retornar a Chile, se le ofreció el cargo de instructor de la aviación civil ecuatoriana, honor que a pesar de las ventajosas condiciones económicas que conllevaba, declinó por cuanto estimó que primero se debía a su patria. De regreso, al pasar por territorio peruano, la aviación de aquella nación hermana lo trató con singular cordialidad, pagando todos los gastos en que incurría y brindándole cálidas muestras de aprecio. Tiempo después, por razones de trabajo, se radicó en Bolivia, donde también hizo instrucción de vuelo y adquirió para su uso personal un avión de instrucción Vultee BT-13, de los mismos que aprendiera a volar en nuestra fuerza aérea. Al momento de volver al país, al igual que sucediera en Ecuador, se le ofreció quedarse en esa nación como instructor de vuelo, lo que tampoco aceptó. Sin embargo, nada de ello lo alejó, de la FACh y, realizando los cursos respectivos, se mantuvo estrechamente ligado a ella, hasta alcanzar el grado máximo, de comandante de grupo de reserva en la rama de aire. Se decía que Ia Base Aérea de Cerro Moreno había hecho su segundo hogar. Pero no en vano pasaban los días y en 1983, con casi 11.000 horas de vuelo y habiendo formado solo en Antofagasta 47 alumnos, por razones de salud y de prudencia, consideró Ilegado el momento de bajarse de los aviones. De los aviones, pero no alejarse de la aviación. Periodista y hombre de radio, tuvo su propia emisora y por años fue columnista semanal de El Mercurio de Antofagasta, realizando por medio de sus páginas numerosas campañas de bien público. Una de las últimas, en defensa del aeródromo La Chimba, cuyo cierre no pudo impedir, permitiendo que sus terrenos fueran ocupados en proyectos inmobiliarios. "Una lástima", decía. "Habiendo tantos otros terrenos, se priva a Antofagasta de contar con un aeródromo de alternativa para la aviación civil ante un cierre imprevisto de Cerro Moreno..."

Estando en Croacia, Sutivan, el 18 de septiembre de 2016, en una tienda de souvenirs, con vinos y aceites de oliva, me atendió una linda jovencita a la que pregunté si era la dueña a lo que llamó a un señor bien amable quien me preguntó mi nombre y procedencia.
Al hacerlo se rió me dijo "yo soy Ivo Ljubetić y por lo que podríamos ser parientes". Enseguida nos pusimoa hablar de posibles ancestros en común preguntándole yo si tenía algún libro con ún árbol familiar, el que no logró encontrar por lo que el parentezco quedó inconcluso.
Al preguntarle por el aceite de oliva me pidió que lo acompañara a la parte trasera de la tienda, donde tenía toneles de distintos aceites. Le comenté que a mi abuelo, Drago Ljubetić, le podría gustar el más fuerte, por lo que me dio a probar el que consideraba el más apropiado de su stock que encontré perfecto para mi abuelo.
Luego de esto, don Ivo, buscó una bonita botella de cerámica especial que llenó con ese aceite y luego selló, diciéndome: "toma un regalo de parte mía para tu abuelo”. El año 2017 pude ir de nuevo a Croacia, esta vez con mi polola. Visitamos a don Ivo y le llevamos algunas poleras de Chile de regalo. Nos orientó de todo lo que podíamos hacer, nos invitó un café y nos dijo que si necesitábamos bicicletas pasásemos a su puesto de turismo aventura donde podíamos arrendarlas.
Con sorpresa cuando fuimos, don Ivo había dejado encargado que podíamos arrendar lo que quisiéramos sin costo alguno. Fue un agrado que una persona completamente para mo desconocida, con la que sólo compartimos un apellido, fuera tan espontáneamente bondadosa y simpática. Sin duda esperamos ir con más tiempo para poder ver y compartir nuevamente con don Ivo, una persona espectacular. VIVA CROACIA.
Al hacerlo se rió me dijo "yo soy Ivo Ljubetić y por lo que podríamos ser parientes". Enseguida nos pusimoa hablar de posibles ancestros en común preguntándole yo si tenía algún libro con ún árbol familiar, el que no logró encontrar por lo que el parentezco quedó inconcluso.
Al preguntarle por el aceite de oliva me pidió que lo acompañara a la parte trasera de la tienda, donde tenía toneles de distintos aceites. Le comenté que a mi abuelo, Drago Ljubetić, le podría gustar el más fuerte, por lo que me dio a probar el que consideraba el más apropiado de su stock que encontré perfecto para mi abuelo.
Luego de esto, don Ivo, buscó una bonita botella de cerámica especial que llenó con ese aceite y luego selló, diciéndome: "toma un regalo de parte mía para tu abuelo”. El año 2017 pude ir de nuevo a Croacia, esta vez con mi polola. Visitamos a don Ivo y le llevamos algunas poleras de Chile de regalo. Nos orientó de todo lo que podíamos hacer, nos invitó un café y nos dijo que si necesitábamos bicicletas pasásemos a su puesto de turismo aventura donde podíamos arrendarlas.
Con sorpresa cuando fuimos, don Ivo había dejado encargado que podíamos arrendar lo que quisiéramos sin costo alguno. Fue un agrado que una persona completamente para mo desconocida, con la que sólo compartimos un apellido, fuera tan espontáneamente bondadosa y simpática. Sin duda esperamos ir con más tiempo para poder ver y compartir nuevamente con don Ivo, una persona espectacular. VIVA CROACIA.
Mi abuelo Ante Mikačić Svojnac, nació en el Pueblo de Postira en la Isla de Brač, un 18 de Octubre de 1898, hijo menor de Mate Mikačić Jelinčić (1851) y Mandirni (Magdalena) Svojnac Santić (1859), familia numerosa, formada por sus hermanos Antica (1887), Matij (1889), Jure (1889), Tomica (1892) y Simun (1894).
La idea de buscar mejores horizontes y abandonar la dura y rocosa isla, de los olivos, vides y los esforzados asnos, fue creciendo en la mente de mi bisabuelo Mate, causada por el temor de la dominación de su Dalmacija por parte del Imperio Austro Húngaro, regida por el Káiser Franz Joseph I, que años antes se había paseado por el Jadransko More en su yate "Miramar", junto a la mítica Princesa Sissi, Elizabeth de Austria.
Se sumó a estas preocupaciones, el temor de ser llamados a realizar el servicio militar en este ejército extranjero e invasor de su tierra natal, la pobreza de su vida en Postira y la plaga de la Filoxera que asoló las vides de la Isla, golpeando a las familias obreras que dependían de ello. Un día después del nacimiento de mi abuelo Antonio en Postira, mi bisabuelo deja el puerto de Supetar, cruzando en un vapor el Brački Kanal rumbo a Split, acompañado de su hijo Jure, aventurándose hacia esa América mítica y lejana... para siempre.
En un Parobrod (Vapor a carbón) de la Compañía Braća Rismondo, en cubierta y recibiendo la brisa fresca del viento Bura, que ya comienza a sentirse en el Adriático a comienzos del otoño europeo, mi bisabuelo se aleja de su tierra, para iniciar una nueva en la Patagonia Chilena. El puerto de Génova, un 8 de noviembre de 1898, vio a un padre con su hijo mirar nostálgicamente la tierra que se alejaba, ambos con la vista perdida en el horizonte, como tratando de ver a su Mandirni, que quedaba sola, con los otros cinco niños sobre sus hombros en la Isla croata.
El vapor "Bethania" de la Línea V Hamburgo, Genova, Barcelona, Cádiz, Chile, Perú, llevaba su carga de inmigrantes que iban a hacerse la "América". No sé cómo sobrevivió mi esforzada bisabuela, entre los años 1898 y 1903. Supongo debe haber trabajado mucho para mantener a cinco hijos. con escasez de alimentos, creciendo en la casa de piedra, junto al mar, en la calle Zastivonje número 3.
Las olas y el Bura soplando afuera deben haber parecido muy amenazantes sin Mate a su lado. Debe haber sido una gran mujer, silenciosa y luchadora por su familia. Cuando el "Bethania" entró en el Estrecho de Magallanes, después de 2 meses de navegación y hacinamiento en los camarotes de tercera clase, el viento gélido del oeste debe haber quemado la cara de mi bisabuelo y su hijo. Punta Arenas, la colonia penal y naciente poblado del fin del mundo, les debe haber dado una helada bienvenida. No sé en qué trabajó mi bisabuelo pero cuando obtuvo su primera cedula de identidad en 1922, en ella figura como profesión "Jornalero".
No me imagino cómo se habrán comunicado con su esposa y madre, en ese tiempo. Por carta supongo, porque no existían los medios de comunicación actuales, el telégrafo estaba recién en pañales. Lo mismo, cómo le habrán enviado dinero. ¿Libras esterlinas? Finalmente, el gran día llegó, un 3 de diciembre de 1903, mi bisabuela Mandirni (Magdalena), con sus cinco hijos, entre ellos mi abuelo Ante, de tan solo 4 años, dejan Postira, y se embarcan en Supetar, tras los pasos de mi bisabuelo Mate. El Puerto de Trst (Trieste) los vio alejarse para siempre desde su invadida Hrvatska. Sin saber que pocos años después el Gran Imperio caería, para que su tierra se transformara en el Reino de los serbios, croatas y eslovenos. La vida de la familia en Punta Arenas fue modesta y esforzada pero, al frio externo, se opuso el calor del amor de la familia que se vivió al interior de la casa. Mis bisabuelos eran analfabetos, por lo cual quisieron poder darles una buena educación a sus hijos. Mi abuelo Antonio, realizó sus estudios en la Escuela Salesiana Don Bosco y posteriormente en el Liceo de Hombres de Punta Arenas.
Junto a su hermano Šimun (Simón) se aventuraron a trabajar como peones en estancias de la Patagonia Argentina, entre los años 1922 a 1923, en las cercanías del lago Cardiel y Strobel. Mi abuelo fue aprendiz de carpintero en sus inicios, luego tuvo su carpintería propia. Sus inquietudes deportivas lo llevan a integrar el grupo gimnástico de la "Sokolana" y el de la rama de ciclismo, participando en eventos internacionales realizados en Río Gallegos, Argentina, donde obtiene el trofeo de la competencia de los 20.000 metros. Su vocación de servicio lo impulsan a ingresar, en 1921, a la Cruz Roja Chilena de Punta Arenas, tiempos aquellos de cabalgaduras y arreos, esfuerzo y sacrificio.
En el año 1922, se incorpora a la Cuarta Compañía de Bomberos, por entonces de denominada "Bomba Dalmacia", cumpliendo un total de 69 años de servicio en 1991, el año de su muerte.
En la Cuarta Compañía de Bomberos "Hrvatsko Dobrovoljno Vatrogasno Društvo Broj Četiri", desempeñó los cargos de Teniente, Capitán, Director, recibiendo todos los premios que otorga el cuerpo de bomberos y, finalmente, es designado Director Honorario de la Institución. En 1929 contrae matrimonio con mi abuela, Elena Dasenčić Harašić y, producto de esa unión, nacen tres hijas, Krasna, Divna y Neda, mi madre. En 1949 es distinguido por la Municipalidad de Punta Arenas con la medalla municipal, y el año 1959 el Supremo Gobierno de Chile le confiere la Medalla al Mérito "Bernardo O´Higgins" a los extranjeros destacados. En el año 1987 es nombrado Socio Honorario del Club Yugoeslavo de Punta Arenas, en mérito a su dilatada colaboración con la Institución, recibiendo el Diploma el 5 de Diciembre de 1987 en el Teatro Municipal. Siempre admiré la vida esforzada de mi abuelo que, a pesar de no haber tenido una profesión, se esforzó por entregar a su familia una buena educación y un ejemplo de trabajo, esfuerzo y dedicación.
Yo fui su primer nieto varón y en mi vio cumplirse varios de sus sueños que, por haber tenido solo hijas mujeres, no había podido desarrollar. Cuando me quedaba a dormir en su casa y se daba las buenas noches, luego de repetir una oración sencilla en croata, me preguntaba: “¿y, mañana qué?”, a lo que yo debía contestar: “A trabajar”. En su juventud, fue carpintero, hasta que llegó a tener su propia carpintería. Posteriormente se dedicó a cultivar lechugas, tomates y vegetales en invernaderos, productos que entregaba al supermercado "COFRIMA" y otros de la época.
Finalmente, en los años 1970 al 91 se dedicó a la avicultura, convirtiendo los invernaderos en criaderos de pollos. Cuando estuve en su natal Postira, en 2014, pude sentirme envuelto en esa especial atmósfera, por ese recibimiento cariñoso de los parientes que se quedaron, por esos sabores de las comidas preparadas con cariño, por esas olas cristalinas, que aun golpean suavemente las paredes de la casa de Piedra de Zastivonje 3, por ese Bura que aúlla desde las montañas que rodean Split, por esa Iglesia que aun llama a los feligreses desde los tiempos de mi abuelo, por esa forma especial de vida, sin grandes aspiraciones, por los productos cosechados en la quinta propia, por el aceite de oliva, por el vino fabricado por el tío Pero Mikačić, en el sótano de su casa. Caminando por sus calles empedradas, me encontré de nuevo con mi abuelo, el que se quedó para siempre en mi corazón.
Se sumó a estas preocupaciones, el temor de ser llamados a realizar el servicio militar en este ejército extranjero e invasor de su tierra natal, la pobreza de su vida en Postira y la plaga de la Filoxera que asoló las vides de la Isla, golpeando a las familias obreras que dependían de ello. Un día después del nacimiento de mi abuelo Antonio en Postira, mi bisabuelo deja el puerto de Supetar, cruzando en un vapor el Brački Kanal rumbo a Split, acompañado de su hijo Jure, aventurándose hacia esa América mítica y lejana... para siempre.
En un Parobrod (Vapor a carbón) de la Compañía Braća Rismondo, en cubierta y recibiendo la brisa fresca del viento Bura, que ya comienza a sentirse en el Adriático a comienzos del otoño europeo, mi bisabuelo se aleja de su tierra, para iniciar una nueva en la Patagonia Chilena. El puerto de Génova, un 8 de noviembre de 1898, vio a un padre con su hijo mirar nostálgicamente la tierra que se alejaba, ambos con la vista perdida en el horizonte, como tratando de ver a su Mandirni, que quedaba sola, con los otros cinco niños sobre sus hombros en la Isla croata.
El vapor "Bethania" de la Línea V Hamburgo, Genova, Barcelona, Cádiz, Chile, Perú, llevaba su carga de inmigrantes que iban a hacerse la "América". No sé cómo sobrevivió mi esforzada bisabuela, entre los años 1898 y 1903. Supongo debe haber trabajado mucho para mantener a cinco hijos. con escasez de alimentos, creciendo en la casa de piedra, junto al mar, en la calle Zastivonje número 3.
Las olas y el Bura soplando afuera deben haber parecido muy amenazantes sin Mate a su lado. Debe haber sido una gran mujer, silenciosa y luchadora por su familia. Cuando el "Bethania" entró en el Estrecho de Magallanes, después de 2 meses de navegación y hacinamiento en los camarotes de tercera clase, el viento gélido del oeste debe haber quemado la cara de mi bisabuelo y su hijo. Punta Arenas, la colonia penal y naciente poblado del fin del mundo, les debe haber dado una helada bienvenida. No sé en qué trabajó mi bisabuelo pero cuando obtuvo su primera cedula de identidad en 1922, en ella figura como profesión "Jornalero".
No me imagino cómo se habrán comunicado con su esposa y madre, en ese tiempo. Por carta supongo, porque no existían los medios de comunicación actuales, el telégrafo estaba recién en pañales. Lo mismo, cómo le habrán enviado dinero. ¿Libras esterlinas? Finalmente, el gran día llegó, un 3 de diciembre de 1903, mi bisabuela Mandirni (Magdalena), con sus cinco hijos, entre ellos mi abuelo Ante, de tan solo 4 años, dejan Postira, y se embarcan en Supetar, tras los pasos de mi bisabuelo Mate. El Puerto de Trst (Trieste) los vio alejarse para siempre desde su invadida Hrvatska. Sin saber que pocos años después el Gran Imperio caería, para que su tierra se transformara en el Reino de los serbios, croatas y eslovenos. La vida de la familia en Punta Arenas fue modesta y esforzada pero, al frio externo, se opuso el calor del amor de la familia que se vivió al interior de la casa. Mis bisabuelos eran analfabetos, por lo cual quisieron poder darles una buena educación a sus hijos. Mi abuelo Antonio, realizó sus estudios en la Escuela Salesiana Don Bosco y posteriormente en el Liceo de Hombres de Punta Arenas.
Junto a su hermano Šimun (Simón) se aventuraron a trabajar como peones en estancias de la Patagonia Argentina, entre los años 1922 a 1923, en las cercanías del lago Cardiel y Strobel. Mi abuelo fue aprendiz de carpintero en sus inicios, luego tuvo su carpintería propia. Sus inquietudes deportivas lo llevan a integrar el grupo gimnástico de la "Sokolana" y el de la rama de ciclismo, participando en eventos internacionales realizados en Río Gallegos, Argentina, donde obtiene el trofeo de la competencia de los 20.000 metros. Su vocación de servicio lo impulsan a ingresar, en 1921, a la Cruz Roja Chilena de Punta Arenas, tiempos aquellos de cabalgaduras y arreos, esfuerzo y sacrificio.
En el año 1922, se incorpora a la Cuarta Compañía de Bomberos, por entonces de denominada "Bomba Dalmacia", cumpliendo un total de 69 años de servicio en 1991, el año de su muerte.
En la Cuarta Compañía de Bomberos "Hrvatsko Dobrovoljno Vatrogasno Društvo Broj Četiri", desempeñó los cargos de Teniente, Capitán, Director, recibiendo todos los premios que otorga el cuerpo de bomberos y, finalmente, es designado Director Honorario de la Institución. En 1929 contrae matrimonio con mi abuela, Elena Dasenčić Harašić y, producto de esa unión, nacen tres hijas, Krasna, Divna y Neda, mi madre. En 1949 es distinguido por la Municipalidad de Punta Arenas con la medalla municipal, y el año 1959 el Supremo Gobierno de Chile le confiere la Medalla al Mérito "Bernardo O´Higgins" a los extranjeros destacados. En el año 1987 es nombrado Socio Honorario del Club Yugoeslavo de Punta Arenas, en mérito a su dilatada colaboración con la Institución, recibiendo el Diploma el 5 de Diciembre de 1987 en el Teatro Municipal. Siempre admiré la vida esforzada de mi abuelo que, a pesar de no haber tenido una profesión, se esforzó por entregar a su familia una buena educación y un ejemplo de trabajo, esfuerzo y dedicación.
Yo fui su primer nieto varón y en mi vio cumplirse varios de sus sueños que, por haber tenido solo hijas mujeres, no había podido desarrollar. Cuando me quedaba a dormir en su casa y se daba las buenas noches, luego de repetir una oración sencilla en croata, me preguntaba: “¿y, mañana qué?”, a lo que yo debía contestar: “A trabajar”. En su juventud, fue carpintero, hasta que llegó a tener su propia carpintería. Posteriormente se dedicó a cultivar lechugas, tomates y vegetales en invernaderos, productos que entregaba al supermercado "COFRIMA" y otros de la época.
Finalmente, en los años 1970 al 91 se dedicó a la avicultura, convirtiendo los invernaderos en criaderos de pollos. Cuando estuve en su natal Postira, en 2014, pude sentirme envuelto en esa especial atmósfera, por ese recibimiento cariñoso de los parientes que se quedaron, por esos sabores de las comidas preparadas con cariño, por esas olas cristalinas, que aun golpean suavemente las paredes de la casa de Piedra de Zastivonje 3, por ese Bura que aúlla desde las montañas que rodean Split, por esa Iglesia que aun llama a los feligreses desde los tiempos de mi abuelo, por esa forma especial de vida, sin grandes aspiraciones, por los productos cosechados en la quinta propia, por el aceite de oliva, por el vino fabricado por el tío Pero Mikačić, en el sótano de su casa. Caminando por sus calles empedradas, me encontré de nuevo con mi abuelo, el que se quedó para siempre en mi corazón.
Extractado de su libro Halcones en mi alma".
Escuché por el altoparlante que en media hora estaríamos listos para el aterrizaje, miré a través del doble vidrio de la ventanita del avión, ubicada a mí costado derecho y las nubes se disiparon rápida y vertiginosamente para mostrarme la más hermosa obra de arte jamás pintada. La mágica combinación de colores que exhibió ese día la naturaleza, para causarme una grata impresión, logró con creces su objetivo, la descripción que escuché tantas veces en mi vida, era real. Los techos rojos de las casas adornando el verde paisaje me dieron la bienvenida a uno de los lugares más hermosos de esta tierra, la tierra de mi padre.
Sabía que aunque lo hubiera intentado no habría logrado hablar. Los pensamientos se enredaban, se estrellaban agitados, se confundían entre el pasado y el presente.
Cualquier intento por pronunciar alguna palabra no hubiese sido más que un balbuceo poco entendible. Mi mente estaba funcionando impulsada por los latidos de mi corazón, que se percibían tan apresurados que era capaz de escucharlos. Tanto pensé en ese maravilloso momento, tanto lo había anhelado, que no existían palabras que permitieran describir la magia que envolvía el entorno. Ya no era necesario tratar de recordar lo prometido a mi padre, tenía demasiado claro a lo que había ido.
Me tomé imaginariamente de su mano acogedora, segura, tibia y protectora, para bajar con ansias retenidas la escalinata del avión. No debía llorar, no quería defraudarlo, no quería estropear la magia que estaba viviendo en ese instante tomada de su mano.
Quería que me guiara una vez más en uno de los momentos más importantes de mi vida: “Papito, llegamos, el avión ya tocó la losa del suelo croata. Gracias por traernos a mis hermanas y a mí a este lugar, a este punto tan definido del planeta, a su casa, a su gente, a nuestras raíces, a mirar con los ojos lo que juntos mirábamos con la mente durante tanto tiempo. Guíeme día a día, déjeme caminar sobre sus pies como cuando era pequeña y yo bailaba subida en sus zapatos, ponga las palabras necesarias en mi boca para decir y representar lo que usted quiera, úseme de instrumento para cerrar finalmente este doloroso círculo que dejó abierto con su partida, no se mueva de mi lado para que toda esta pena arrastrada por tantas décadas comience a transformarse en alegría, para que sea el inicio de una etapa de amor y de encuentro con la familia y con la tierra”. Me di cuenta que no cumplí lo prometido ya que una lágrima se escapó sobre mis mejillas en contra de mi voluntad y la siguieron presurosas varias otras que no logré retener. Traté de disimular el dolor que oprimía mi pecho para no explotar en un llanto incontenible en el momento en que debía presentarme en Policía Internacional. Me solicitaron de una oficina para contestar un interrogatorio que me pareció interminable con una mujer poco amistosa con los turistas. Su cara agria, su desconfianza y sus preguntas absurdas respecto de nuestra estadía en Yugoslavia, me hicieron sentir poco bienvenida. Contesté todo su interrogatorio hasta el momento en que se puso de pie para retirarse sin despedirse. Por suerte no volví a verla. Luego de aquello, debí enseñar por segunda vez la documentación a otro funcionario del aeropuerto, quien volvió a formularme muchas de las preguntas que ya había contestado a la mujer hacía treinta minutos. Estaba ocupada en ese tedioso trámite, mientras mis hermanas Ljubica y Catalina esperaban el equipaje, cuando repentinamente se abrió una enorme puerta blanca para dejar frente de mí a casi toda mi familia. El hombre que me hacía las preguntas en ese instante, se dio cuenta de la situación que ocurría, seguramente lo intuyó porque había dejado de prestarle atención, entonces me dijo que todo estaba conforme y que me podía retirar. Grité desde lejos el nombre de uno de ellos: “¡¡¡Josooo!!!”. Con la mirada quería abarcarlos a todos, pero no me eran suficientes dos ojos, corrí hacia ellos sintiendo que no era lo bastante rápida y que cada segundo se hacía eterno. Era ese el momento que había esperado toda mi vida, había llegado el instante de abrazarlos uno por uno, comenzando por mi tía Anica, si es que podía. Estaban todos dispuestos ordenadamente, quería empezar a saludar de izquierda a derecha ya que veía a mi tía en tercer lugar, de ese modo podría llegar a ella más rápido y quedarme detenida ahí, apretándola muy fuerte. ¿Nos llamaría“tetkina djeca” (niñas de su tía) como nos decía en cada una de las cartas que le enviaba a mi papá?. Todo lo que soñé mil veces que haría al mirarla por primera vez a los ojos se me había olvidado, entonces comencé a avanzar hacia ellos con mis temblorosas piernas y los dejé tomar la iniciativa. Al encontrarme a unos cincuenta centímetros, vi que absolutamente todos mis primos estaban llorando, sólo mi tía Anica perma¬necía erguida cual soldado en posición firme con la vista fija en mí. Ella nunca salía de su pueblo en Lika y había ido excepcionalmente a Zagreb en esa oportunidad a recibir las semillas de su amado hermano. La miré detenidamente a los ojos y percibí que una lágrima estaba forcejeando entre sus pestañas a punto de deslizarse por sus mejillas, porque frunció el ceño con mucha amargura para evitar que eso ocurriera. Me tomó silenciosamente la cara entre sus manos, me palpó con cuidado y sin apuro la frente y la nariz, me observó casi sin pestañar, acto seguido llegaron con las maletas Catalina y Lju¬bica e hizo lo mismo con ellas, luego moviendo su cabeza nos dijo: “Tetkina djeca” (las niñas de su tía); por un segundo regresé a mis recuerdos, a sus cartas, a la perenne ilusión de mi padre por volver a verla. Nos abrazó y olvidó su autocontrol soltando un llanto des¬esperado. Se preguntaba mil veces: “¿Zašto Bože moj, zašto? (¿Porqué Dios mío, porqué?). El resto de la familia se disputaba el turno para saludarnos, entre ellos Pero Vukelić, de quien no teníamos referencias anteriores ya que era primo hermano de nuestros primos, pero sabía mucho más de nosotros que nosotros de él. Si en algún momento nos habíamos preocupado del maquillaje de nuestra cara para el primer encuentro, de eso ya no había nada, ya no sabía si las lágrimas que cubrían mi rostro eran mías, de mis hermanas o de mis primos, daba igual, llorábamos por el mismo motivo y yo enjugaba las lágrimas de ellos y ellos las mías. Era una avalancha de cariño, las preguntas no las alcanzaba a contestar cuando venían más y más preguntas. Todos hablaban al mismo tiempo. Me percaté que éramos un espectáculo para el resto de las personas que transitaban por el aeropuerto. Si bien no se encontraba mi padre físicamente entre nosotros, se sentía en el ambiente su presencia, junto a toda la familia, su nombre era pronunciado a cada instante. Que maravilloso hubiese sido observar su rostro al reunirse con sus hermanas y mirarlas a la cara por primera vez después de más de cuatro décadas de ausencia. Confirmé que si estaba viviendo un momento de esas características era porque él había sembrado mucho amor, porque nunca perdió la capacidad de soñar, y ese sueño que mantuvo cautivo e in¬tacto durante toda su vida se veía coronado por una mágica realidad.
Sabía que aunque lo hubiera intentado no habría logrado hablar. Los pensamientos se enredaban, se estrellaban agitados, se confundían entre el pasado y el presente.
Cualquier intento por pronunciar alguna palabra no hubiese sido más que un balbuceo poco entendible. Mi mente estaba funcionando impulsada por los latidos de mi corazón, que se percibían tan apresurados que era capaz de escucharlos. Tanto pensé en ese maravilloso momento, tanto lo había anhelado, que no existían palabras que permitieran describir la magia que envolvía el entorno. Ya no era necesario tratar de recordar lo prometido a mi padre, tenía demasiado claro a lo que había ido.
Me tomé imaginariamente de su mano acogedora, segura, tibia y protectora, para bajar con ansias retenidas la escalinata del avión. No debía llorar, no quería defraudarlo, no quería estropear la magia que estaba viviendo en ese instante tomada de su mano.
Quería que me guiara una vez más en uno de los momentos más importantes de mi vida: “Papito, llegamos, el avión ya tocó la losa del suelo croata. Gracias por traernos a mis hermanas y a mí a este lugar, a este punto tan definido del planeta, a su casa, a su gente, a nuestras raíces, a mirar con los ojos lo que juntos mirábamos con la mente durante tanto tiempo. Guíeme día a día, déjeme caminar sobre sus pies como cuando era pequeña y yo bailaba subida en sus zapatos, ponga las palabras necesarias en mi boca para decir y representar lo que usted quiera, úseme de instrumento para cerrar finalmente este doloroso círculo que dejó abierto con su partida, no se mueva de mi lado para que toda esta pena arrastrada por tantas décadas comience a transformarse en alegría, para que sea el inicio de una etapa de amor y de encuentro con la familia y con la tierra”. Me di cuenta que no cumplí lo prometido ya que una lágrima se escapó sobre mis mejillas en contra de mi voluntad y la siguieron presurosas varias otras que no logré retener. Traté de disimular el dolor que oprimía mi pecho para no explotar en un llanto incontenible en el momento en que debía presentarme en Policía Internacional. Me solicitaron de una oficina para contestar un interrogatorio que me pareció interminable con una mujer poco amistosa con los turistas. Su cara agria, su desconfianza y sus preguntas absurdas respecto de nuestra estadía en Yugoslavia, me hicieron sentir poco bienvenida. Contesté todo su interrogatorio hasta el momento en que se puso de pie para retirarse sin despedirse. Por suerte no volví a verla. Luego de aquello, debí enseñar por segunda vez la documentación a otro funcionario del aeropuerto, quien volvió a formularme muchas de las preguntas que ya había contestado a la mujer hacía treinta minutos. Estaba ocupada en ese tedioso trámite, mientras mis hermanas Ljubica y Catalina esperaban el equipaje, cuando repentinamente se abrió una enorme puerta blanca para dejar frente de mí a casi toda mi familia. El hombre que me hacía las preguntas en ese instante, se dio cuenta de la situación que ocurría, seguramente lo intuyó porque había dejado de prestarle atención, entonces me dijo que todo estaba conforme y que me podía retirar. Grité desde lejos el nombre de uno de ellos: “¡¡¡Josooo!!!”. Con la mirada quería abarcarlos a todos, pero no me eran suficientes dos ojos, corrí hacia ellos sintiendo que no era lo bastante rápida y que cada segundo se hacía eterno. Era ese el momento que había esperado toda mi vida, había llegado el instante de abrazarlos uno por uno, comenzando por mi tía Anica, si es que podía. Estaban todos dispuestos ordenadamente, quería empezar a saludar de izquierda a derecha ya que veía a mi tía en tercer lugar, de ese modo podría llegar a ella más rápido y quedarme detenida ahí, apretándola muy fuerte. ¿Nos llamaría“tetkina djeca” (niñas de su tía) como nos decía en cada una de las cartas que le enviaba a mi papá?. Todo lo que soñé mil veces que haría al mirarla por primera vez a los ojos se me había olvidado, entonces comencé a avanzar hacia ellos con mis temblorosas piernas y los dejé tomar la iniciativa. Al encontrarme a unos cincuenta centímetros, vi que absolutamente todos mis primos estaban llorando, sólo mi tía Anica perma¬necía erguida cual soldado en posición firme con la vista fija en mí. Ella nunca salía de su pueblo en Lika y había ido excepcionalmente a Zagreb en esa oportunidad a recibir las semillas de su amado hermano. La miré detenidamente a los ojos y percibí que una lágrima estaba forcejeando entre sus pestañas a punto de deslizarse por sus mejillas, porque frunció el ceño con mucha amargura para evitar que eso ocurriera. Me tomó silenciosamente la cara entre sus manos, me palpó con cuidado y sin apuro la frente y la nariz, me observó casi sin pestañar, acto seguido llegaron con las maletas Catalina y Lju¬bica e hizo lo mismo con ellas, luego moviendo su cabeza nos dijo: “Tetkina djeca” (las niñas de su tía); por un segundo regresé a mis recuerdos, a sus cartas, a la perenne ilusión de mi padre por volver a verla. Nos abrazó y olvidó su autocontrol soltando un llanto des¬esperado. Se preguntaba mil veces: “¿Zašto Bože moj, zašto? (¿Porqué Dios mío, porqué?). El resto de la familia se disputaba el turno para saludarnos, entre ellos Pero Vukelić, de quien no teníamos referencias anteriores ya que era primo hermano de nuestros primos, pero sabía mucho más de nosotros que nosotros de él. Si en algún momento nos habíamos preocupado del maquillaje de nuestra cara para el primer encuentro, de eso ya no había nada, ya no sabía si las lágrimas que cubrían mi rostro eran mías, de mis hermanas o de mis primos, daba igual, llorábamos por el mismo motivo y yo enjugaba las lágrimas de ellos y ellos las mías. Era una avalancha de cariño, las preguntas no las alcanzaba a contestar cuando venían más y más preguntas. Todos hablaban al mismo tiempo. Me percaté que éramos un espectáculo para el resto de las personas que transitaban por el aeropuerto. Si bien no se encontraba mi padre físicamente entre nosotros, se sentía en el ambiente su presencia, junto a toda la familia, su nombre era pronunciado a cada instante. Que maravilloso hubiese sido observar su rostro al reunirse con sus hermanas y mirarlas a la cara por primera vez después de más de cuatro décadas de ausencia. Confirmé que si estaba viviendo un momento de esas características era porque él había sembrado mucho amor, porque nunca perdió la capacidad de soñar, y ese sueño que mantuvo cautivo e in¬tacto durante toda su vida se veía coronado por una mágica realidad.
En mi último viaje a Croacia, hace poco más de un mes decidimos, con mi señora María Inés, viajar desde Zagreb a Split en tren, ya que nunca antes lo habíamos hecho en este medio, el que sale temprano de Zagreb para llegar tipo mediodía a Split.
El tren consistía en dos vagones modernos, uno para 36 pasajeros y el segundo, de mayor capacidad, cuyos asientos no conté. En el trayecto el paisaje es entretenido porque recorre el interior, muy verde, bastante boscoso y harta bruma, tiene servicio de bebidas y alimentos para los viajeros, pero se detiene en varias partes, al parecer sin sin razón alguna, lo que hace que el viaje sea muy lento. Pero lo notable de este viaje es que en nuestro vagón viajábamos 5 personas y en el vagón posterior, 6, un total 11 personas para un tren que estimo de unos 100 asientos en total, obviamente por el alto valor del pasaje. Resulta inexplicable que este tren carezca absolutamente de publicidad para tantos turistas que viajan del centro de Europa a Zagreb para de allí conocer la costa dálmata que, con una rebaja en el valor del pasaje, podría tener una mucho mayor utilización que cubriría, seguramente, el enorme gasto que significa mantener un transporte como éste. Los que realmente queremos al país de nuestros ancestros tenemos la obligación de manifestar no sólo lo bueno sino también sus deficiencias.
El tren consistía en dos vagones modernos, uno para 36 pasajeros y el segundo, de mayor capacidad, cuyos asientos no conté. En el trayecto el paisaje es entretenido porque recorre el interior, muy verde, bastante boscoso y harta bruma, tiene servicio de bebidas y alimentos para los viajeros, pero se detiene en varias partes, al parecer sin sin razón alguna, lo que hace que el viaje sea muy lento. Pero lo notable de este viaje es que en nuestro vagón viajábamos 5 personas y en el vagón posterior, 6, un total 11 personas para un tren que estimo de unos 100 asientos en total, obviamente por el alto valor del pasaje. Resulta inexplicable que este tren carezca absolutamente de publicidad para tantos turistas que viajan del centro de Europa a Zagreb para de allí conocer la costa dálmata que, con una rebaja en el valor del pasaje, podría tener una mucho mayor utilización que cubriría, seguramente, el enorme gasto que significa mantener un transporte como éste. Los que realmente queremos al país de nuestros ancestros tenemos la obligación de manifestar no sólo lo bueno sino también sus deficiencias.
"De día sacábamos sal, se limpiaba la sal, que no tenga piedrecillas y cargábamos una carreta tirada por un mulo. Era, más o menos, como dos kilómetros de abajo hasta la línea (ferrocarril).
Yo con mi compañero teníamos que cargar dieciseis sacos en cada carreta y cada saco pesaba término medio ciento veinte kilos, ocho él y ocho yo, era por parejo. Después llevar el macho (mulo) con la carreta, los dos tirábamos hasta llegar cerca de la línea. Para subir hasta ella teníamos que colocar un tablón y subir por él hasta la línea los ocho sacos cada uno. Cuando tocaba de madera era muy pesado, de fierro era más liviano. Cada carro (vagón) hacía cuatrocientos sacos. Trabajé así como dos meses y, tanto de noche iba yo con otros más a llevar los sacos, hasta la amanecida, llenábamos ciento veinte sacos y la sal comía los zapatos. Así que lo que teníamos que hacer era usar la alpargata y después envolverla en el saco, cortar el pedazo de saco y volverla a amarrar porque traspiraba, la misma sal y humedad, entonces le comía, le partía los zapatos. Fue una vida dura, yo después me acostumbré”.
Yo con mi compañero teníamos que cargar dieciseis sacos en cada carreta y cada saco pesaba término medio ciento veinte kilos, ocho él y ocho yo, era por parejo. Después llevar el macho (mulo) con la carreta, los dos tirábamos hasta llegar cerca de la línea. Para subir hasta ella teníamos que colocar un tablón y subir por él hasta la línea los ocho sacos cada uno. Cuando tocaba de madera era muy pesado, de fierro era más liviano. Cada carro (vagón) hacía cuatrocientos sacos. Trabajé así como dos meses y, tanto de noche iba yo con otros más a llevar los sacos, hasta la amanecida, llenábamos ciento veinte sacos y la sal comía los zapatos. Así que lo que teníamos que hacer era usar la alpargata y después envolverla en el saco, cortar el pedazo de saco y volverla a amarrar porque traspiraba, la misma sal y humedad, entonces le comía, le partía los zapatos. Fue una vida dura, yo después me acostumbré”.
En visita a mi hija, radicada en la isla de Korčula, tuve la oportunidad y el ánimo de participar en la II versión de carreras de burritos (tovarijada), que se realiza en el balneario de Prizba de la isla, representando a los descendientes de croatas de Chile y a nuestro círculo (CPEAC).
En el evento participaron 39 competidores, en 5 categorías según la edad, veraneantes de diversas partes de Croacia y 6 extranjeros de Polonia, Bélgica, República Checa, Bosnia-Herzegobina, Italia y Chile, resultando yo tercero entre 7 participantes en la categoría mayores edad.
En las noticias regionales, se destacó mi participación, por provenir de un país tan lejano de Croacia, como lo es Chile. Viví momento de mucha emoción y también alegría que quise compartirlos en Chile de regreso de mi viaje.
En las noticias regionales, se destacó mi participación, por provenir de un país tan lejano de Croacia, como lo es Chile. Viví momento de mucha emoción y también alegría que quise compartirlos en Chile de regreso de mi viaje.

El barco no llegó al espigón por lo que nos trasladaron en un bote a motor hasta éste.
Incluyéndome, éramos cuatro jóvenes y un caballero más de edad que tenía un cuñado que trabajaba en Punta Negra y veníamos todos terniados con maleta hasta el muelle. Llegamos como a las 8 de la noche, entonces dijo: "mire cuñado allá tenemos que ir bien presentarse, porque hay un gerente en un hotel muy grande”,- bien- ,le dijimos.
Entonces nos embarcamos en dos autos. Cuando llegamos allá nos empezamos a enterrar los zapatos en la arena y llegamos a una bodega, como de aquí a la esquina, y ahí estaban yugoeslavos, peruanos, chilenos distintas clases. Cómo vivía esa gente, usted no tiene idea, un catre de palo y un saco doblado, tapado con la frazada y habían otros con sacos de papas. Cuando vimos nosotros el “hotel”, era una barraca donde están los tanques de petróleo, más pa’llá.
Entonces me tocó a mi con un paisano en un catre de una plaza (yo tenía 17 años) y tenía que estar de lado para no molestarlo y las pulgas me comían más, así que al día a levantarse todo comido de pulgas, a bañarse, agua había al lote, no habían baños”.
Entonces nos embarcamos en dos autos. Cuando llegamos allá nos empezamos a enterrar los zapatos en la arena y llegamos a una bodega, como de aquí a la esquina, y ahí estaban yugoeslavos, peruanos, chilenos distintas clases. Cómo vivía esa gente, usted no tiene idea, un catre de palo y un saco doblado, tapado con la frazada y habían otros con sacos de papas. Cuando vimos nosotros el “hotel”, era una barraca donde están los tanques de petróleo, más pa’llá.
Entonces me tocó a mi con un paisano en un catre de una plaza (yo tenía 17 años) y tenía que estar de lado para no molestarlo y las pulgas me comían más, así que al día a levantarse todo comido de pulgas, a bañarse, agua había al lote, no habían baños”.
Por el año 1986, en esa época Yugoslavia, recorrí la península de Pelješac, donde nació mi padre, encontrándome con su hermano menor, Jozo, sus dos hijos Ivo y Nada y Franica hija de su hermano mayor, Niko. En Janjina, pueblo donde había nacido mi padre, me mostraron su casa y pude recorrer sus pueblos vecinos como Drače, Sreser, Pijavičino, Kuna, Orebič, llegando hasta la Isla de Korčula.
Mi tour siguió por la isla de Brač, deteniéndome en Postira y Pućišća, pueblos de donde eran oriundos mis nonos maternos Gero y Francisca, respectivamente.
En Pućišća quise averiguar datos familiares de la nona, no encontrando parientes hasta que apareció un Sr. Martinić, más menos en esos tiempos de mi edad, con el cual trabé una gran amistad hasta que, casi al final de mi visita, nos dimos cuenta que en realidad no éramos parientes, lo cual en ningún caso mermó nuestro mutuo aprecio.
Una de las cosas que hice en Pućišća fue buscar el certificado de bautismo de la nona Francisca el que, luego de mucho hurgar, por fin ubiqué. Estaba escrito en latín, como se acostumbraba en esos tiempos y lo que descubrí fue que la nona, que creíamos había fallecido a los 63 años, (por no tener documentos de ella en Chile), en realidad nos dejó a los 67.
En esa búsqueda tuve la ayuda del párroco del pueblo, "Don" Ivo Mihovilović de quien me hice amigo. Y una de las cosas que recuerdo de él, como algo muy simpático, es que, dirigiéndose a mí en croata, idioma del cual tengo algún conocimiento, sobre todo por el lado de mi padre, quien hablaba algo distinto a como se habla en la isla de Brač, cuando entraba alguna Sra. a donde estábamos, cambiaba rápidamente su dicción y lo hacía "po Bračku".
También me recuerdo que "Don" Ivo, estaba muy afectado porque, justamente unos días antes de nuestra junta, alguien había robado de la iglesia una antigua y muy valiosa pintura. Bastante tiempo después, puesto que nos manteníamos en contacto por carta, enviándome él periódicamente, un ejemplar de la publicación "Bračka Cerkva", me enteré con alegría que la pintura robada había sido recuperada en Alemania.
Otra cosas de las que me acuerdo de Pučisća es que, una madrugada, tipo 4 AM, en que volvía de una reunión con la familia de mi amigo Martinić, dirigiéndome hacia la "pansion" en que alojaba, pasé delante de la panadería del pueblo. Allí me detuve un momento porque justo estaban cargando un camioncito con canastos de pan, seguramente, para repartirlo. Al verme unas de las personas abocada a esa tarea, muy atentamente, se acercó a mí regalándome un gran pan, lo que obviamente provocó mi mayor agradecimiento y la alegría de que en este hermoso pueblo se produzcan situaciones como éstas. De Pučisća pasé a Postira, pueblo vecino, en el que esperaba encontrar algún pariente por el lado de mi nono materno.
Luego de hacer varias consultas, pues conocía el "nazimak"del nono, (apodo que usan las diferentes familias croatas que las diferencian unas de otras y que agregan al apellido paterno, al no usar el materno). El de mi nono Gero esa Halaburić.
Así llegué a una campito donde se encontraba un Sr. ya mayor junto a un burrito, trabajando la tierra. Al presentarme me di cuenta que su recepción hacia mi persona fue algo recelosa. Cuando le expliqué que el único motivo de mi visita era conocerlo a él y su familia como parientes asegurándole que, en absoluto, estaba viendo la forma de pretender el reclamar alguna herencia. Con eso bastó que me invitara a su casa donde participé en una muy agradable reunión familiar con un opíparo almuerzo rodeado del cariño de los Matulić "Halaburić".
En Pućišća quise averiguar datos familiares de la nona, no encontrando parientes hasta que apareció un Sr. Martinić, más menos en esos tiempos de mi edad, con el cual trabé una gran amistad hasta que, casi al final de mi visita, nos dimos cuenta que en realidad no éramos parientes, lo cual en ningún caso mermó nuestro mutuo aprecio.
Una de las cosas que hice en Pućišća fue buscar el certificado de bautismo de la nona Francisca el que, luego de mucho hurgar, por fin ubiqué. Estaba escrito en latín, como se acostumbraba en esos tiempos y lo que descubrí fue que la nona, que creíamos había fallecido a los 63 años, (por no tener documentos de ella en Chile), en realidad nos dejó a los 67.
En esa búsqueda tuve la ayuda del párroco del pueblo, "Don" Ivo Mihovilović de quien me hice amigo. Y una de las cosas que recuerdo de él, como algo muy simpático, es que, dirigiéndose a mí en croata, idioma del cual tengo algún conocimiento, sobre todo por el lado de mi padre, quien hablaba algo distinto a como se habla en la isla de Brač, cuando entraba alguna Sra. a donde estábamos, cambiaba rápidamente su dicción y lo hacía "po Bračku".
También me recuerdo que "Don" Ivo, estaba muy afectado porque, justamente unos días antes de nuestra junta, alguien había robado de la iglesia una antigua y muy valiosa pintura. Bastante tiempo después, puesto que nos manteníamos en contacto por carta, enviándome él periódicamente, un ejemplar de la publicación "Bračka Cerkva", me enteré con alegría que la pintura robada había sido recuperada en Alemania.
Otra cosas de las que me acuerdo de Pučisća es que, una madrugada, tipo 4 AM, en que volvía de una reunión con la familia de mi amigo Martinić, dirigiéndome hacia la "pansion" en que alojaba, pasé delante de la panadería del pueblo. Allí me detuve un momento porque justo estaban cargando un camioncito con canastos de pan, seguramente, para repartirlo. Al verme unas de las personas abocada a esa tarea, muy atentamente, se acercó a mí regalándome un gran pan, lo que obviamente provocó mi mayor agradecimiento y la alegría de que en este hermoso pueblo se produzcan situaciones como éstas. De Pučisća pasé a Postira, pueblo vecino, en el que esperaba encontrar algún pariente por el lado de mi nono materno.
Luego de hacer varias consultas, pues conocía el "nazimak"del nono, (apodo que usan las diferentes familias croatas que las diferencian unas de otras y que agregan al apellido paterno, al no usar el materno). El de mi nono Gero esa Halaburić.
Así llegué a una campito donde se encontraba un Sr. ya mayor junto a un burrito, trabajando la tierra. Al presentarme me di cuenta que su recepción hacia mi persona fue algo recelosa. Cuando le expliqué que el único motivo de mi visita era conocerlo a él y su familia como parientes asegurándole que, en absoluto, estaba viendo la forma de pretender el reclamar alguna herencia. Con eso bastó que me invitara a su casa donde participé en una muy agradable reunión familiar con un opíparo almuerzo rodeado del cariño de los Matulić "Halaburić".
Los primeros inmigrantes apellidados "Mimica", llegarían a Tierra del Fuego por el año 1890, y estos serían Petar y Bartol Mimica, que volverían a la tierra paterna. Después vendría una legión de Mimica.
Así comenzaron a llegar Petar, Pave, Luka, Stipe, Jure, Miće, Nataljo, Ivo, Antonio, hasta mas allá de fines de siglo. Algunas generaciones futuras de la estirpe se ramificarían y confundirían su apellido paterno y materno, fusionando el nombre único de Mimica (p.ej. Juan Mimica Mimica).
Los "Mimica" proceden del pueblo de Mimice, dependiente de la comuna de Omiš, en la Dalmacia continental, lugar que daría origen a tantos miembros de la colectividad croata fueguina. Sus habitantes, según una costumbre antigua ragusense, leerían su árbol genealógico los días de año nuevo. Casi todos se llamarían Mimica, cuyo nombre tendría una sugestiva tradición legendaria.
Anteriormente, en el año 1700, la cabeza de un hombre sería puesta a la venta por los turcos, por sus agitaciones libertarias entre los subyugados por el sultanato de Constantinopla. Escapando de la persecución, llegaría a Svinisce, donde se casaría con una doncella de singular belleza, de la que tendría dos hijos: Tadeo y Miće. La descendencia de Tadeo corresponderia a los "Tafras", mientras que Miće, atravesando los montes dináricos, llegaría a las costas del adriático, y fundaría Mimice, cuya estirpe se encuentra en todos los continentes.
Recientemente, en Mayo pasado, cumplí un sueño, que tenía hace años, y que era conocer las tierras de mis abuelos.
Mi abuelo paterno llegó a Chile en 1892, a los 17 años, proveniente de Stari Grad en la isla Hvar, frente a Split. Ingresé a Croacia proveniente de Ancona en Italia, cruzando el Adriático en ferry en un viaje que dura toda la noche.
Amanecí en Split, ciudad-puerto encantadora con una costanera fenomenal en que cuando sale el sol llega mucha gente. Allí, en el casco antiguo, está el Palacio Dioclesiano que, para imaginarse el tamaño, son como unas 6 a 8 manzanas llenas de construcciones de piedra con calles peatonales estrechas, en que vivió el emperador Dioclesiano sus últimos años (siglo IV DC). Hoy todo ese laberinto son tiendas, museos, restaurants, exposiciones, etc. Desde Split salen diariamente muchos recorridos en ferries, catamaranes y otros navíos a distintas ciudades-puertos de los alrededores, recorridos y frecuencias que se incrementan en el verano.
En mi caso tomé un ferry a Stari Grad (que significa ciudad antigua), un viaje muy agradable de un par de horas. Stari Grad es un pueblito de unos 2000 habitantes que se ubica en la última milla de una entrada de agua de unas 4 millas, a la isla Hvar. Sabía que era una ciudad muy linda, pero no me imaginaba que tanto. El casco antiguo con casas de piedra, varias iglesias, pasajes angostos,construcciones que vienen del 1400 o antes. Y al frente un bosque con casas modernas de los últimos 40 años. Un lugar ideal para quién quiere relajarse, tranquilidad y naturaleza, o sea, para quién quiere escaparse de las grandes ciudades. Posteriormente me fui en bus a Dubrovnik, en el extremo sur del país, quizás la ciudad más famosa turísticamente hablando de Croacia. Es un viaje de unas 4 horas, la mayor parte de el cerca de la costa. Una ciudad muy linda y especial, ya que el casco antiguo con su puerto está rodeado de una gran muralla, como se aprecia en las fotos. Muchos y grandes hoteles en las varias bahías cercanas.
Después de un par de días en Dubrovnik volé en Croatia Airlines a la capital del país, Zagreb, un viaje de algo más de una hora. Es una ciudad de alrededor de un millón de habitantes, que no tiene Metro pero si tiene una gran red de tranvías eléctricos. Aquí destacan lo verde en su gran cantidad de parques con sus fuentes y monumentos, y la arquitectura de sus edificios públicos.
Desde Zagreb es muy cómodo moverse a otras ciudades y países Europeos en tren. En este medio salí de Croacia con destino a Ljubljana en Eslovenia. Hay mucho por recorrer de la tierra de nuestros antepasados. Pero lo recorrido me dejó la sensación de un país muy lindo, atractivo y de gente muy amable, en que hay bastante por descubrir, conocer y turistear. Cada vez escucho más de personas que conocen otros países de Europa y no Croacia, pero que han escuchado de las maravillas del país. Como decimos en Chile, la bola ya se está corriendo.
Mi abuelo paterno llegó a Chile en 1892, a los 17 años, proveniente de Stari Grad en la isla Hvar, frente a Split. Ingresé a Croacia proveniente de Ancona en Italia, cruzando el Adriático en ferry en un viaje que dura toda la noche.
Amanecí en Split, ciudad-puerto encantadora con una costanera fenomenal en que cuando sale el sol llega mucha gente. Allí, en el casco antiguo, está el Palacio Dioclesiano que, para imaginarse el tamaño, son como unas 6 a 8 manzanas llenas de construcciones de piedra con calles peatonales estrechas, en que vivió el emperador Dioclesiano sus últimos años (siglo IV DC). Hoy todo ese laberinto son tiendas, museos, restaurants, exposiciones, etc. Desde Split salen diariamente muchos recorridos en ferries, catamaranes y otros navíos a distintas ciudades-puertos de los alrededores, recorridos y frecuencias que se incrementan en el verano.
En mi caso tomé un ferry a Stari Grad (que significa ciudad antigua), un viaje muy agradable de un par de horas. Stari Grad es un pueblito de unos 2000 habitantes que se ubica en la última milla de una entrada de agua de unas 4 millas, a la isla Hvar. Sabía que era una ciudad muy linda, pero no me imaginaba que tanto. El casco antiguo con casas de piedra, varias iglesias, pasajes angostos,construcciones que vienen del 1400 o antes. Y al frente un bosque con casas modernas de los últimos 40 años. Un lugar ideal para quién quiere relajarse, tranquilidad y naturaleza, o sea, para quién quiere escaparse de las grandes ciudades. Posteriormente me fui en bus a Dubrovnik, en el extremo sur del país, quizás la ciudad más famosa turísticamente hablando de Croacia. Es un viaje de unas 4 horas, la mayor parte de el cerca de la costa. Una ciudad muy linda y especial, ya que el casco antiguo con su puerto está rodeado de una gran muralla, como se aprecia en las fotos. Muchos y grandes hoteles en las varias bahías cercanas.
Después de un par de días en Dubrovnik volé en Croatia Airlines a la capital del país, Zagreb, un viaje de algo más de una hora. Es una ciudad de alrededor de un millón de habitantes, que no tiene Metro pero si tiene una gran red de tranvías eléctricos. Aquí destacan lo verde en su gran cantidad de parques con sus fuentes y monumentos, y la arquitectura de sus edificios públicos.
Desde Zagreb es muy cómodo moverse a otras ciudades y países Europeos en tren. En este medio salí de Croacia con destino a Ljubljana en Eslovenia. Hay mucho por recorrer de la tierra de nuestros antepasados. Pero lo recorrido me dejó la sensación de un país muy lindo, atractivo y de gente muy amable, en que hay bastante por descubrir, conocer y turistear. Cada vez escucho más de personas que conocen otros países de Europa y no Croacia, pero que han escuchado de las maravillas del país. Como decimos en Chile, la bola ya se está corriendo.
Ayer (16-4-2014), participé en "BARABON o BARABAN", tradición medieval que mantienen algunos pueblos del Mediterráneo en el marco de los ritos de Semana Santa.
Consiste en cánticos, apagando las luces y velas de la iglesia para terminar en oscuridad, culminando la ceremonia con un golpeteo con palmas de mano (antiguamente con elementos contundentes), en el banco donde uno está sentado. Se hace como parte de ser "cómplice" de latigar a Jesús Cristo en su camino a la cruz. Esta es la última actividad antes de la procesión de "Vía Crucis" en Jelsa (ciudad declarada por la UNESCO como patrimonio de la humanidad), procesión que parte en vísperas del Viernes Santo, a las 10 de la noche, recorre 5 pueblos (25 km) en toda la noche, para volver a Jelsa mas o menos a las 7 de la mañana. Dependiendo de las condiciones climáticas pueden a veces participar dos o tres mil personas, e incluso creyentes provenientes de toda Europa, Asia y de otras partes. ¡Es un acontecimiento único y sobrecogedor!
Consiste en cánticos, apagando las luces y velas de la iglesia para terminar en oscuridad, culminando la ceremonia con un golpeteo con palmas de mano (antiguamente con elementos contundentes), en el banco donde uno está sentado. Se hace como parte de ser "cómplice" de latigar a Jesús Cristo en su camino a la cruz. Esta es la última actividad antes de la procesión de "Vía Crucis" en Jelsa (ciudad declarada por la UNESCO como patrimonio de la humanidad), procesión que parte en vísperas del Viernes Santo, a las 10 de la noche, recorre 5 pueblos (25 km) en toda la noche, para volver a Jelsa mas o menos a las 7 de la mañana. Dependiendo de las condiciones climáticas pueden a veces participar dos o tres mil personas, e incluso creyentes provenientes de toda Europa, Asia y de otras partes. ¡Es un acontecimiento único y sobrecogedor!
Mi abuelo, Frane Ljubetić Zuanić, junto con su primo hermano, Policarpo Lukšić Ljubetić se vinieron a Chile y se radicaron en Calama.
Policarpo se casó en Calama con la hija del defensor boliviano Abaroa. Mi abuelo Frane, que había dejado en Sutivan a su esposa, Lucija Rendić Jutronić, con sus dos hijos, (mi papá Juan y mi tía María), luego de un tiempo, los trajo a Chile junto a un sobrino, hijo de su hermano (creo que Mateo Rendić Jutronić).
Este sobrino era Antonio Rendić Ivanović, "el Doctor Rendić", mi apoderado en el Colegio San Luis durante mis estudios de secundaria. Con él tuve siempre grandes conversaciones, especialmente porque era muy unido a mi papá, quien siempre le ayudó en las cosas prácticas, ya que el Dr. era muy poco dado a lo práctico.
Mi papá estudió en Escuela de Minas de Antofagasta mientras que Antonio se fue a estudiar medicina a Santiago. Ya recibido de médico, con las mejores distinciones, el doctor me contaba sus experiencias de joven en Santiago, donde fue hasta ateo y masón. Luego se convirtió al catolicismo a tal punto que hace poco, cuando falleció mi hermano Vladimir, cuya misa fue en la catedral de Antofagasta, (a la que yo no había entrado por muchos años por no viajar a esa ciudad por largos períodos), tuve una gran sorpresa.
Al recorrer el ala derecha de la catedral, me encontré con una enorme foto del doctor, enmarcada en un cuadro y en una mesa, debajo, con también un enorme libro, en el que había firmas, nombres, historia de milagros, etc. pues estaban postulando a mi tío para Santo.
Policarpo se casó en Calama con la hija del defensor boliviano Abaroa. Mi abuelo Frane, que había dejado en Sutivan a su esposa, Lucija Rendić Jutronić, con sus dos hijos, (mi papá Juan y mi tía María), luego de un tiempo, los trajo a Chile junto a un sobrino, hijo de su hermano (creo que Mateo Rendić Jutronić).
Este sobrino era Antonio Rendić Ivanović, "el Doctor Rendić", mi apoderado en el Colegio San Luis durante mis estudios de secundaria. Con él tuve siempre grandes conversaciones, especialmente porque era muy unido a mi papá, quien siempre le ayudó en las cosas prácticas, ya que el Dr. era muy poco dado a lo práctico.
Mi papá estudió en Escuela de Minas de Antofagasta mientras que Antonio se fue a estudiar medicina a Santiago. Ya recibido de médico, con las mejores distinciones, el doctor me contaba sus experiencias de joven en Santiago, donde fue hasta ateo y masón. Luego se convirtió al catolicismo a tal punto que hace poco, cuando falleció mi hermano Vladimir, cuya misa fue en la catedral de Antofagasta, (a la que yo no había entrado por muchos años por no viajar a esa ciudad por largos períodos), tuve una gran sorpresa.
Al recorrer el ala derecha de la catedral, me encontré con una enorme foto del doctor, enmarcada en un cuadro y en una mesa, debajo, con también un enorme libro, en el que había firmas, nombres, historia de milagros, etc. pues estaban postulando a mi tío para Santo.
Recuerdo de mi viaje a Croacia que me regaló mi marido para mis 60, en un catamarán, junto a un matrimonio amigo.
Fue en junio de 2011. El capitán del barco, un joven llamado Neven, se dio cuenta que yo era descendiente de croatas y sabia por qué nos habíamos embarcado por lo que propuso celebrar mi cumpleaños en la isla - Vis - donde nació mi papá y quedamos de acuerdo que así lo haríamos.
Fue una comida genial, en un lugar precioso, con parrones y una cava de vinos antiquisima.
En unas ollas de fierro, que tapaban con brasas, pulpos y cordero. Yo elegi pulpo, que era lo que cocinaba mi papá. Fue como retroceder en el tiempo pues el sabor era el igual. Después trajeron una torta, hecha ahi mismo, y todos me cantaron cumpleaños feliz en croata, (supongo ). Fue muy emocionante, me lo lloré todo. Es el mejor regalo que he recibido en esta vida.
Fue una comida genial, en un lugar precioso, con parrones y una cava de vinos antiquisima.
En unas ollas de fierro, que tapaban con brasas, pulpos y cordero. Yo elegi pulpo, que era lo que cocinaba mi papá. Fue como retroceder en el tiempo pues el sabor era el igual. Después trajeron una torta, hecha ahi mismo, y todos me cantaron cumpleaños feliz en croata, (supongo ). Fue muy emocionante, me lo lloré todo. Es el mejor regalo que he recibido en esta vida.