En el pequeño pueblo Pučišće, en la isla de Brač nació, junto con el siglo, Roko Matjašić.
Como la mayoría de los habitantes de esa isla del Adriático, era hijo de una familia de agricultores. Fue, al lado de los rudos canteros, donde desarrolló su capacidad artística, dibujando y tallando la roca con caprichosa imaginación.
El limitado horizonte que le ofrece su isla natal lo impulsa a viajar al continente tomando contacto, por primera, con históricas obras de arte en la ciudad de Troguir.
En estos menesteres lo sorprende la Primera Guerra Mundial debiendo alistarse en el ejército, participando en el frente italiano. El término de la Gran Guerra deja al país en difícil situación. Su isla no ofrece perspectivas, asolada, además, por la «filoxera» que ha diezmado las plantaciones de viñas, uno de sus principales recursos, trayendo la ruina y la miseria a muchos hogares.
Frente a un cuadro tan desolador, Marko Matjašić decide abandonar la patria, emigrando, al igual que numerosos compatriotas, a América.
En el año 1919, Roko llega a Bolivia; durante cuatro años trabaja en las minas de estaño de Cataví y Siglo XX. En sus ratos libren estudia dibujo y pintura por correspondencia pero, por su inquietud y el ansia por conocer nuevas tierras, emprende viaje a Chile estando en Santiago a fines de 1924.
Allí ingresa como alumno a la Escuela de Bellas Artes y, para subsistir trabaja como sereno y cuidador del Cerro Santa Lucia. Durante dos años estudia con los maestros Ricardo Richon-Brunet, Exequiel Plaza y Juan Francisco González, obteniendo notables calificaciones y ganándose la admiración y la amistad de este último siendo el discípulo predilecto de ese gran maestro y eximio artista de la pintura chilena.
Una vez diplomado y habiendo demostrado su calidad (2da. medalla en el Salón Oficial de 1928; 1er. Premio en el Salín de Talca, el mismo año) viaja a Valparaíso donde se establece por un tiempo.
En el año 1932 lo encontramos en Europa, permaneciendo un año, que lo reparte entre España y Francia visitando y copiando obras maestras de la pintura universal, para depurar su dibujo y acrecentar su experiencia en el oficio.
De regreso a Chile inicia una vastísima producción que exhibe periódicamente en las exposiciones. Recibe numerosas recompensas, el elogio de la crítica y el aplauso del público recorriendo el país. mostrando especial predilección por la región de Valdivia, cuya naturaleza lo motivó profundamente.
En el año 1936 se encuentra en Colombia contratado como Director y profesor de la Escuela de Bellas Artes aprovechando para visitar otros países de América latina, empapándose de las costumbres de sus pueblos.
En 1945 está, una vez más, de regreso a Chile continuando su vocación de pintor. Exhibe en Santiago y provincias los trabajos realizados en Colombia con gran éxito, sin descuidar la ejecución de nuevas obras. El 29 de junio de 1947 le es concedida la nacionalidad chilena.
En 1948 es contratado como profesor en la Academia de Pintura y Dibujo de Valparaíso, prolongando así la experiencia docente recogida en Colombia.
Un día, muy de madrugada, Roko Matjašić salió rumbo a las playas de Viña del Mar, como lo hacía diariamente. Lo hizo con su caja de pinturas y algunos cartones bajo el brazo para captar directamente la belleza marina. Fue un viaje sin regreso, desapareciendo misteriosamente, sin que se lograra encontrar su cuerpo. La inmensidad del mar, que tanto amó, fue su tumba. Era el 11 de noviembre de 1949.
Roko Matjašić ocupa un sitial de honor en la historia de la pintura chilena. Fue un artista que supo asimilar el nuevo mundo que se le proponía a su percepción artística, liberada de prejuicios visuales o estéticos.