PUBLICADO POR: CINE Y LITERATURA 18 JULIO, 2024
Esta novela de Juan Mihovilovich — la cual se presentará, el 8 de agosto en Linares, el 22 de agosto en Punta Arenas y el 28 de agosto en la librería del GAM en Santiago — es un texto que funge como una luz que ofrece claridad prístina en medio del penumbroso panorama que se atisba en la actualidad, donde reinan todo tipo de incertidumbres.
Por Edgardo Viereck Salinas
Publicado el 18.7.2024
La insigne poetisa sueca de origen danés María Wine nos dice, en uno de sus poemas, que uno suele dormir en el zapato de su infancia. Esta hermosa imagen sirve de invitación perfecta para asistir a esta, la última novela de Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951).
Una suerte de serena navegación por el rio de la memoria, con sus infinitos meandros y recovecos. Un fluir que tiene de todo, pero, especialmente, exhibe una estremecedora sinceridad.
Lejos de cualquier lugar común, esquivando toda empalagosa nostalgia, el texto va mucho más allá para ofrecernos una mirada frontal a las figuras de quienes poblaron la niñez y primera juventud del protagonista.
Es en el encuentro con esos rostros y esos ojos, es en esas facciones y en los surcos de esas pieles, y en las sombras proyectadas de esos cuerpos, que el narrador va modulando una voz que combina lo mejor de su talento descriptivo —ya mostrado en todos sus títulos anteriores— con la recurrencia constante a la introspección.
Una punta de playa dónde poder recalar
Es así que el alma del protagonista se va esculpiendo palmo a palmo, golpe a golpe, en comunión con cada uno de quienes poblaron el jardín de su infancia. Ingmar Bergman dijo alguna vez, parafraseando a la Wine, que uno jamás abandona ese jardín que recorrió en los primeros años de la vida.
Leyendo estas líneas, reitero, que es justamente ahí donde se regresa luego del largo viaje a la Ítaca que a todos nos toca intentar llegar en el devenir de nuestras existencias.
Notable invitación la que nos hace Juan Mihovilovich, cuyo colofón es la conmovedora noticia de que el amor también existe en el interior de los caracoles, criaturas sin cerebro y por lo mismo sin mente, pero a pesar de —o tal vez, gracias a ello— se les permite conocer el sentimiento más misterioso de todos.
El amor de los caracoles es un texto que funge como una luz que ofrece claridad prístina en medio del penumbroso panorama que se atisba en la actualidad, en que reinan todo tipo de incertidumbres.
Leerlo nos devuelve la esperanza de que siempre hay una punta de playa dónde poder recalar.
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Juan Mihovilovich