Poemas de su libro «Obras escogidas» (Ivo Serge)

Yo te busco sin cesar
y te entrego mi destino,
seguro de hallar en Ti
la senda recta y feliz,
porque Tú eres el camino. Creo en Ti, creo y adoro
tu sangre y cuerpo hecho pan.
Manjar divino, sublime,
que nos levanta y redime,
porque Tú eres la verdad. Espero en Ti… Y escondido
de tu costado en la herida,
viviré en tu corazón
eternamente, Señor,
porque sé que eres la Vida.

Con la tarde que se va,
uno a uno, los recuerdos
echan, también, a volar
estremecidos, temblando.
Y el alma se va quedando
sin rosas que deshojar.

Caracol, caracolito,
romántico y soñador,
¿por qué en tu concha vacía,
esa eterna melodía?...
¿Recuerdos de algún dolor?, En mi alma triste y serena,
también florece una pena
como la tuya. Lo sé.
Y noche y día, orgullosa,
cuando no canta, solloza,
sin que yo advierta por qué.

No ambiciono ni gloria ni fortuna
Dame sólo, Señor oye mi ruego
para querer, un corazón de fuego
y un alma para amar, como ninguna Que cuando siembre fructifique y crezca
para bien de los hombres, mis hermanos.
y nada brote de mis toscas manos
que tu sanción augusta no merezca. Quiero ser, entre todos, como fuiste
un poco soñador y un poco triste
y en el juzgar ecuánime y sereno. No me des la fortuna ni la fama…
Sólo en tu amor mi corazón inflama
y a tus pies sea un lirio nazareno.

De la quiebra en un rincón,
el tosco cactus florido,
alza su brazo torcido
para dar gracias a Dios. Y con sentido fervor,
mientras la tarde declina,
sobre su tallo se empina
y le presenta una flor. Es un capullo encarnado
que le brota del costado
y reverbera a la luz…
Como aquel otro – divino -
que el hierro abrió de Longinos,
en el madero, a Jesús.

Días oscuros, de angustia,
padece la multitud.
Pero, soberbia en su duelo,
rehúsa a buscar consuelo
y amor y paz en la cruz. En tanto, tristes, desiertos,
desde su augusta prisión,
dos ojos siempre entreabiertos,
de sangre y polvo cubiertos,
derraman gracia y perdón.

Entre las ruinas del templo
que destruyera el cañón,
un Cristo decapitado
abre sus brazos llagados
en actitud de perdón. Y al par que, muda, la muerte
en torno de Él avizora,
el rostro del Redentor,
tirado allá en un rincón,
mira a los hombres… y llora.

Bajo este tosco sayal
que Tú me diste, Señor,
late y palpita una flor
que, de amar tanto, está triste. Triste, sí…porque el amor
es una pena florida.
Y yo que vivo de amor,
a modo de corazón,
llevo una pena encendida.
¡Bendita pena la mía,
fuente de amor y dolor!.

Luce, entre las piedras,
el cardo una corona y una flor.
Ésta es humilde y de espinas
Cristo tiene una divina
y el capullo es de dolor. Cuando paso y lo contemplo
siempre triste como yo,
me pregunto confundido,
si no llevaré escondido
un cardo en mi corazón.

Hazme, Señor, como el río
que, de la cumbre a la mar,
alegre corre cantando
y que, cantando se da. O como hiciste a la nube
que cruza la inmensidad
y riega el campo y se pierde
sin devolverse jamás.

Muere la tarde bajo un cielo rosa.
Corre el viento en puntillas. Calla el mar.
Y un frufrú de alas rotas en el alma
nos dice de algo nuestro que se va.

Yo procuré ser útil y ser bueno
Y si lograrlo aún no he conseguido
a tus pies, nuevamente confundido
imploro que me ayudes, Nazareno. Aparta de mi senda la perfidia
que tanto he combatido y despreciado
Hazme pobre y humilde, pero honrado
y aléjame del odio y de la envidia. Si de gula pequé, dame templanza
si dudas tuve, infúndeme confianza
y si soberbio fui, dame la humildad...
Que con tales virtudes, peregrino
sembrando iré a lo largo del camino
el fuego de tu ardiente caridad.

En pleno “rajo” enterrada
yace la firme barreta
que la suerte pizpireta
allí dejó abandonada. Su tosca masa oxidada
al viento Sur que la besa,
deja caer su tristeza
sobre la Pampa soleada. Y a eso de la oración,
cuando el último arrebol
del día los montes dora,
con qué efecto sobrehumano
recuerda la ruda mano
que la empuñara…y llora.

o a través de la neblina,
al hombro el saco de harina,
marcha el fuerte mocetón. De su mejilla el sudor,
mientras alegre camina,
va mezclándose a la fina,
blanca carne del Señor. Y así este obrero de abajo,
ante el altar del trabajo
que inciensa el viento del mar,
Amasa continuamente,
con el sudor de la frente,
su propia hostia y su pan.

Fue tan sólo nuestro idilio,
y, como sueño, se deshizo en breve,
Las rosas del amor viven un día,
lo que dura su aroma y, luego, mueren. Humo de ilusión, llegó hasta el alma,
y, en nube azul, la envolvió entera,
Pasó la brisa del olvido pronto,
arrastró la nube y me dejó con pena. Hoy sólo en mi memoria vives,
como el aroma sutil de algo lejano,
Las rosas mueren… el amor se apaga,
¿Por qué, entonces, te recuerdo tanto?

Hermano
dame ambas manos
y ausculta mi corazón.
En sus rojos surtidores
no caben no, los rencores
en ellos solo hay amor.
Amor, amor…y algo más
la blanda y dulce quietud
del cielo cuando amanece
rosa pálida que crece
al despertar de la luz.

Porque traté con ternura a los que sufren dolor y amé en cada creatura la mano del Creador Porque puso en toda herida la palabra estremecida y el bálsamo de amor hoy tengo el alma florida y paz en el corazón.
















































